El hercúleo deportista
El hercúleo deportista
PalabrerÃa
BalÃstico. La eterna locutora de Corea del Norte dio la noticia por la televisión con la emoción regulada según los estándares del partido único: el Amado LÃder habÃa ganado otra medalla en los Juegos OlÃmpicos de Invierno, esta vez, de patinaje artÃstico. La mujer, armada con un moño balÃstico de largo alcance, siguió con las alabanzas. Hipó unos momentos, se sacó un pañuelito de la manga del vestido rosa y se limpió las lágrimas del rostro de arroz.
Calvicie. Ponderó la habilidad del MagnÃfico LÃder con los patines y la gracia con la que habÃa ejecutado las piruetas â¡sin quitarse el gabán negro, del que asomaban aquellos graciosos dedos!â hasta batir al enemigo, los perversos norteamericanos. Otra vez los yanquis se daban de morros contra el hielo gracias a la valentÃa y la habilidad del Preclaro LÃder, cuya inenarrable exhibición habÃa hecho que uno de los jueces se desmayara, incapaz de soportar la belleza de las evoluciones. Eran ya siete los oros que habÃa colgado del cuello. Destacó la mujer el respeto con el que habÃan pasado la cinta por la cabeza para no despeinarlo. El pelazo del Inconmensurable LÃder, dijo, era la envidia de los presidentes del mundo, que se disputaban sus secretos de peluquerÃa. SerÃan muy demócratas, recordó, pero con tendencia a la calvicie. Por fin, rio con discreción, el mundo habÃa descubierto la coronilla de Trump gracias a un justiciero golpe de viento. El cabello del Insustituible LÃder era tan firme como su gobierno.
Moflete. A lo largo de los siguientes dÃas, la presentadora continuó con la lista de triunfos del Heroico LÃder. La finura con la que lanzó la piedra de curling hasta el centro de la diana, sin que los otros miembros del equipo tuvieran que usar los cepillos. El sobrecogedor vuelo desde la rampa de salto de esquà y el perfecto aterrizaje. Las peligrosas cabriolas sobre la tabla de snowboard. Oro, oro reluciente y ecuánime, en cada una de las pruebas. La mujer, esta vez con un vestido verde, se regocijaba tanto que estuvo a punto de caer de la silla. Se sucedÃan los vÃdeos en los que se veÃa las proezas del superhombre, siempre vestido con el abrigo negro cruzado, bien sobre los esquÃs o sobre la tabla. DecÃa la mujer que el Supremo LÃder era, ante todo, elegante y fiel a los sastres del paÃs. Y con unos preciosos mofletes que daban ganas de pellizcar.
Alud. Los especialistas del departamento de vÃdeo de la tele pública estaban enloqueciendo creando los reportajes, manipulando la realidad y sacando chispas de los ordenadores para pegar al Todopoderoso LÃder en las distintas situaciones deportivas. Por fortuna, la tecnologÃa de Hollywood ârobada por hackersâ los ayudaba: si habÃan conseguido que los monos hablaran y guerrearan, cómo no iba a lograr que un humano, y más siendo un humano excepcional, volara con abrigo sobre unos esquÃs. Para el Abnegado LÃder, los Juegos OlÃmpicos de Invierno que se celebraban en la vecina Corea del Sur, y a los que habÃan enviado una delegación, eran una oportunidad para demostrar al pueblo las habilidades como deportista de élite, aunque en lo único que podÃa destacar era en rodar como una bola sobre la nieve a la manera de un alud. Ya habÃa probado que era el Sacrificado Campesino, el Sumo Obrero, el AltÃsimo Escritor, el EmpÃreo Médico, el Sobresaliente Maestro, el ClarÃsimo Juez, el IngeniosÃsimo Ingeniero y asà hasta completar las profesiones relevantes. Solo le quedaba dejar claro que era, además, el Hercúleo Deportista.
Velocista. Enfebrecido por el estatus autootorgado, quiso ser retrospectivo y exigió que lo incrustasen en los campeonatos del mundo de varias disciplinas. Para la hazaña, los jefes del audiovisual crearon equipos suficientes para una superproducción. Un anochecer al cabo de un tiempo, en el informativo con más audiencia, programaron un vÃdeo que recordarÃan varias generaciones de norcoreanos: el Eminente LÃder, con el inseparable abrigo, le sacó más de un cuerpo a Usain Bolt en los cien metros lisos. HabÃa que ver al cuervo gigantesco a la velocidad del guepardo. La perpetua presentadora del moño gritó, saltó, lloró, rio y proclamó, de forma muy solemne, que el Grandioso LÃder era el mejor velocista de la historia.