Llevar nombre de perro
Llevar nombre de perro
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
La primera vez que me di cuenta del fenómeno, yo era apenas un niño. Un compañero de clase se llamaba Toby, o al menos así llamaban en su casa a mi amigo Tobías. Me invitó a merendar con su familia y allí conocí a su perro. El perro se llamaba Sánchez. Años después, introduje a un perro con ese nombre en una de mis novelas. Por entonces aún no había reparado en el hecho anómalo de que mi compañero de colegio tenía nombre de perro y, en cambio, su perro tenía nombre de persona, más bien apellido. Los años fueron pasando y, como todos ustedes, yo también me familiaricé con los nombres habituales que las personas eligen para sus mascotas más queridas. Uno va al parque y escucha los nombres que gritan sus amos para reprender a sus perros. Según las encuestas autorizadas, los nombres más populares de perros en España son los siguientes: Max, Charlie, Rocky, Pancho, Toby, Luna, Linda, Laika, Jackie, Canela y Lola.
A mí esta encuesta me parece muy chusca, porque he escuchado nombres de perros muy raros y elocuentes. Como con los nombres de las personas, los nombres de animales de compañía cambian con las modas. Hubo un periodo euskaldún, en que los perros se llamaban Beltza y Neska; luego el tramo norteamericano de los Rex y Buddy; después un periodo hollywoodiense con los Greta y Starky; luego otro más colorido con Canela y Chispa; hasta llegar a los dibujos manga con sus Benjy, Goku y Khan. Sea como sea, la libertad de bautizo permite que cada persona elija lo que más le conviene gritar a toda hora. Se calcula que una persona normal pronuncia 36 veces el nombre de su perro cada hora, lo que da un total de 864 veces al día. Es decir, que ese nombre no se le cae de la boca. En el mundo actual, donde las personas son incapaces de entenderse con otras personas, el recurso de poseer una mascota es entrañable, porque es el modo más fácil que encuentran los seres humanos para lograr que alguien los obedezca, los quiera o los acompañe sin malos ratos.
Con el paso del tiempo, después de ese momento absurdo de mi amigo Toby con su perro Sánchez, comprobé una tendencia irracional que dice mucho de nosotros. Conocí un tiempo después a una chica que se llamaba Luna y que a su perro le había puesto de nombre María Luisa. Haciendo honor a su nombre, la perrita era muy simpática y solía morderme el bajo del pantalón para que jugara con ella. Luego tuve una novia en Estados Unidos que se llamaba Linda y a su perro lo llamaba Steven, que a mí me parecía un nombre un poco inadecuado, porque cada vez que lo llamábamos a gritos por las calles y las playas de Los Ángeles se nos giraban 15 personas convencidas de que nos dirigíamos a ellas. En España tuve un amigo al que llamábamos Rocky, que tuvo dos perros mastines, a uno lo llamó José Luis y a la otra, Amparo. Y hace tres semanas, de viaje en Italia, la jefa de prensa de la editorial que publica mis novelas en ese país me presentó a su perdiguero. La chica se llama Cuca, así que el nombre que le puso a su perro fue Mónica.
Fue gracias a ese último encuentro cuando descubrí que las personas que tienen nombre de perro eligen nombre de persona para sus animales. Es un gesto emocional, de una lógica aplastante. Después de años de sufrir el complejo de que tus padres te han puesto un nombre de perro, sólo te queda la posibilidad de empezar a prodigar nombres habitualísimos de personas a las mascotas. Con ese sencillo recurso logras desvirtuar lo que son hábitos comunes. Si te llamas Pancho, tienes todo el derecho del mundo a ponerle de nombre a tu perro Ricardo y a tu gato Agustín. Esto es una rebeldía automática. En el fondo dice mucho de las personas, reivindicamos lo nuestro como lo normal y consideramos excéntrico lo que para otros es ciertamente ramplón. Así que ahora nunca pongo cara de sorpresa cuando me presentan a alguien que se llama Laika o Max e inmediatamente me muestra a su perro y me confirma lo que ya sospechaba, que el animalillo se llama Carlos o Santiago.