Rasca para hacerlo todo un poco peor

Artículos de ocasión

Mientras andábamos con la cabeza en el veraneo se encadenaron algunas de las huelgas de trabajadores más significativas de los últimos tiempos. Vimos revelarse a los esclavos de la mensajería contra los intermediarios de la entrega a domicilio. También a los taxistas contra las multinacionales del chófer en precario. A los vecinos de las grandes ciudades contra las plataformas de alquiler de pisos particulares. Y a los empleados de Ryanair, la aerolínea bandera del bajo coste, para reclamar condiciones laborales no importadas del peor ejemplo de la Unión Europea. Son guerras perdidas en la mayoría de los casos, porque la población está anestesiada y carece de empatía con el dolor ajeno. Han conseguido que solo nos preocupe lo que nos afecta directamente y esa subdivisión es la más inteligente de las batallas por división nunca vencidas. Pero resultan un síntoma de una época un poco disparatada donde todo el mundo parece andar rascando en su sector para lograr hacerlo un poquito peor, un poquito más cruel, un poquito más cutre.

A falta de grandes inventos, lo que prima es la optimización de beneficios. Es algo que pensamos cada vez que abrimos un paquete de comida. Abres las patatas fritas y descubres que la mitad de la bolsa es aire. Abres los cereales de desayuno y descubres que el recipiente interior es una reducción del tamaño prometido. Así sucede con la pasta de dientes y no hay envase que no proponga una promesa cada vez más generosa y al abrirlo no constates que algún listo ha reducido el contenido. Últimamente lo observo en los hoteles. Uno hace su reserva tan contento, con los valores que habitualmente concede a estos establecimientos frente al pisejo subalquilado, y lo primero que se topa es con un cambio casi generalizado en sus horarios de disposición. Más o menos la cosa viene a resumirse así: para hacer tu entrada y que te den la llave en recepción se ha consolidado que la hora adecuada son las dos de la tarde. Antes, tu habitación no estará lista. Eso sí, para la salida del hotel y abandonar tu cuarto, se estipula que la hora límite son las once de la mañana. Vaya, así de un lametazo, se ha conseguido birlar al consumidor nada menos que tres horas por delante y por detrás.

Supongo que funciona la estrategia de la línea aérea. Esa que te dice que has de imprimir el billete de vuelo en tu casa si no quieres pagar suplemento. O la que te ofrece vuelos muy baratos, pero luego te cobra doce euros por elegir asiento junto a tus hijos, te cobra por los auriculares y hasta te cobra por la manta si tienes frío. Raro será que no den orden a sus pilotos de bajar la temperatura para vender más mantas. Pronto va a resultar que los azafatos te cobren por la representación de las medidas de seguridad y la colocación del chaleco salvavidas, como si fuera un pequeño teatro que hacen para ti y merezca el precio de una entrada al Lliure. En los casos más inteligentes, esta recaudación lateral está asociada a causas benéficas o a decisiones ecológicas. Pero no se entiende del todo que la defensa de una causa solidaria sea un pago obligatorio, solo falta que te cobren al entrar en misa, no vaya a ser que cuando pasen el cepillo te escaquees pese a tus valores católicos.

La sensación general es de rasca, rasca y gana. Pero siempre ganan ellos. Nos van rascando las ventajas porque las convierten en privilegios. Nos van rascando los derechos porque los convierten en elitismo. Nos van rascando la normalidad hasta reducirla a precariedad. Es un rascar muy educado, casi a veces hasta antológicamente bien presentado. Pero el día menos pensado nos van a cobrar por vivir. Ah, que ya nos cobran por ello. Y ni nos habíamos dado cuenta. No nos importaría tanto si percibiéramos esos esfuerzos como algo que nos ofrece mejor servicio, que protege nuestro entorno o tiende a reducir las desigualdades. Pero en la mayoría de los casos es exactamente lo contrario. Alguien rasca y rasca desde sus despachos directivos para conseguir que todo sea algo un poco peor, algo un poco más cutre.

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