Martes, 18 de Diciembre 2018
Tiempo de lectura: 2 min
Uno de los grandes placeres de la vida es deambular por una librería y dejarse llevar por el instinto que nos lleva hacia la portada de un libro escrito por una autora de la que nada sabíamos. Salir con él de la librería tras haberlo pagado. Llegar a casa, sacarlo del bolso. Preparar un café, arrellanarse en el sillón. Abrir el libro y sentir desde la primera página que la escritora, desaparecida en 1989, nos habla, a través de los años, las distancias y la historia, directamente a nosotros. Sentir que está allí mismo, en otra butaca del salón, mirándonos con sorna por encima de las gafas, hablándonos de tú a tú, desabrida, tierna, noble, apasionada e implacable. La patria de otros me atrajo por el título. Como si en la mera formulación de esa frase estuviera contenido todo lo que siento cuando escucho a muchos llenarse la boca con las palabras 'patria', 'nación', 'país', 'bandera'. Es el título de las memorias de una poeta de la que nada conocía, Concha de Marco, que fue mujer de un historiador del arte que, confieso, me sonaba apenas vagamente, Gaya Nuño. Son páginas sueltas, con poemas estremecedores, apuntes de historias vividas, retratos de personajes a los que conoció (y algunos a los que deseó no haber conocido), escenas de una vida conyugal marcada por la Guerra Civil (Gaya Nuño pasó cuatro años en las cárceles franquistas por pertenecer al bando republicano), por la posguerra y por la Transición. Pero lo que sorprende es la ferocidad implacable con que Concha se desnuda ante nosotros y desnuda a los santones culturales de ese momento histórico: Luis Rosales, Vicente Aleixandre, Tierno Galván, Buero Vallejo, Joaquín Ruiz-Giménez. Con qué lucidez analiza a sus contemporáneos y señala la tremenda hipocresía de aquellos que colaboraron activamente con el franquismo y, una vez medrado, se apuntaron a la oposición por los mismos motivos: para seguir medrando, mientras despreciaban y hacían el vacío a aquellos que como Concha de Marco y su marido jamás renunciaron a sus ideales (Gaya Nuño jamás se adhirió al Movimiento, cosa que todos los intelectuales de la época hicieron). Hay rencor, es verdad, en algunos capítulos. Pero cómo no sentirlo cuando aquellos que envidiaban la coherencia moral de los Gaya Nuño se dedican a amañar calumnias y acusarlos precisamente de «fascistas» y «mimados por el régimen». ¿Cómo no identificarse con una mujer que es repudiada por la familia de su marido por pertenecer a una clase más humilde, que dedica su vida entera a un hombre bueno, pero que «sólo una vez durante los treinta años de vida en común fue a comprar manzanas», que renuncia a una pasión amorosa devoradora en nombre de «lo que moralmente es correcto»? Leer hoy a Concha de Marco es conocer a una mujer apasionante que sacrificó, como tantas mujeres, su vida al otro, que vivió de manera sangrante la contradicción entre el amor propio, la libertad, la devoción y la lucidez. Hay párrafos en este libro escrito en 1976 que podría suscribir yo misma en este 2018. Todo lo que escribe sobre Catalunya y España es de una clarividencia absolutamente sobrecogedora. Un libro de imprescindible lectura para aquellos que se atreven a mirar de frente y sin vendas las cosas y a las personas. Ojalá seamos muchos.
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