El club de la lucha
Artículos de ocasión
Las conmemoraciones de los cuarenta años de Constitución han coincidido con los resultados electorales de Andalucía. Ha venido bien como ejemplo del país complejo y vertebrado en que vivimos. Muchos se han sorprendido del ascenso de la derecha en una Andalucía donde resultaba hegemónica la izquierda. Entre otras muchas razones, un latigazo subterráneo parecía recorrer desde la situación de Cataluña con el proceso separatista a la Andalucía más esencialista en su defensa de la unidad española. Sucede así constantemente y pese a que muchos se niegan a creerlo, si fuéramos lo suficientemente humildes, entenderíamos que las contracciones y los efectos comunicantes son la característica más propia de una nación. Pese a que algunos se contentan en la dinámica electoral, que hoy da unos resultados y quizá mañana los opuestos, en lo que llevamos de siglo observamos determinados síntomas que conviene empezar a considerar como modelo de existencia. Uno de ellos, el más reseñable, es la incapacidad de convivir entre las distintas corrientes de sensibilidad.
Asistimos a constantes polémicas en las que bajo el amparo de la libertad de expresión se estiran los límites de la ofensa. La menos interesante de las batallas tiene que ver con el trámite legal, que si un juicio por aquí, una condena por allá o una absolución más adelante. Cuando se trabaja sobre la piedra del insulto, es posible que la ley no tenga mucho que decir. De ahí el error de las intervenciones judiciales en ese campo. El problema más grave es que una ofensa no tiene por qué ser delito, pero obtiene un efecto espejo en el lado opuesto. Si lo que se pretende es crear un ámbito de espíritus irreconciliables, nada hay más fácil que recurrir a esta apariencia de libertades. Pero la libertad máxima reside en la convivencia, no tanto en la prueba sobre los márgenes del exceso. Pues claro que en una democracia uno puede llegar a la autolesión y al nivel máximo de ofensa, solo faltaría, y debe protegerse esa libertad. Pero quedarse en la superficie de esa trifulca es negar el valor que tiene también la sensibilidad ajena. Cuando una realidad está compuesta por emociones de muy distinto cariz, de poco sirve reprimirlas por ley, se trata de algo más ambicioso, asumir esas sensibilidades dispares como una verdad intangible.
En la competición establecida entre agentes económicos hay ganadores y perdedores. La irrupción de las nuevas tecnologías ha fundado una nueva élite empresarial global que carece de sensibilidades locales. Las reformas han sido incapaces de compensar la derrota de algunos sectores que se ven disminuidos y tienen su derecho a la reacción, al resentimiento y a la pelea a brazo partido por preservar su estatus. Aquí también hay quienes no quieren ver que una transición es aceptable si todos ganan, pero no puedes pretender que ese proceso lo defiendan también quienes se ven perdidos y vencidos. Esa interacción entre unos y otros, cuando no puede expresarse en paz, se expresa en guerra. Si antes hablábamos de sensibilidades, ahora hablamos del material más sensible en el acuerdo social: las condiciones de vida. Quienes ven mermadas sus posibilidades no quieren entender las razones del drama, sino encontrar soluciones fáciles, incluso ventajistas, para recuperar lo perdido.
Establecido pues un enfrentamiento que niega la convivencia de distintas sensibilidades, solo queda la fuerza. En lugar de establecerse corrientes de solidaridad, lo que se establecen son episodios de atizamiento. Uno golpea donde más le duele al otro, y viceversa. Camino de reconciliación nulo, todo trabaja para envilecer el enfrentamiento. El caldo es propicio para los oportunistas. Los que pretenden liderar cada facción. En cambio, es el peor de los tiempos para quienes querrían inventar una concordia. Lo inflamado vence. Entretanto, se estiran las leyes para que den la razón a un extremo y al otro, sin capacidad para entender que la ley es el contexto, pero no la esencia. También el agua es el lugar donde nadan dos personas, pero, si a lo que juegan es a intentar ahogarse mutuamente, el agua para lo único que sirve es para inundar los pulmones del que resulte más débil. El camino que tenemos por delante es mucho más complejo de lo que creíamos. Algún día retornará la cordura, el esfuerzo generoso para la convivencia. Ojalá que no haya que atravesar antes un drama que nos enmudezca.