Para qué sirven los niños
Para qué sirven los niños
Artículos de ocasión
De entre todas las tonterías que se dicen en torno al envejecimiento de la población en España, las más preocupantes tienen que ver con la presión sobre las mujeres para que sean madres. En el periodo electoral ha habido partidos que se han apropiado de la procreación como si fuera su solución política de ocasión. Les dicen a las mujeres que tengan hijos para ser patriotas y que los tengan sin ayudas financieras reseñables ni disfrutar de bajas laborales, que los tengan por amor a los colores. Como si alguna persona, padre o madre, se planteara la maternidad por un ejercicio de estabilidad social y no como un proyecto personal e íntimo en el que nadie tiene nada que decir aparte de los responsables. Ha faltado que en la propaganda electoral se incluyeran accesorios sexuales para excitar a las parejas o se repartieran espermatozoides congelados de los líderes partidistas. Realmente alcanzamos cotas de estupidez alarmantes. Entre los disparates llegó a proponerse incluir a los concebidos no nacidos en los libros de familia y hasta proponer que no se expulsaría del país a las emigrantes embarazadas que cedieran su hijo para adopción en España. De este modo se confirma que lo que les preocupa a algunos es tan solo utilizar a los niños para sus propios fines, apropiarse de ellos para exprimirlos como una naranja de la que obtener un zumo que vitamine su propia dieta ideológica.
Pero todo esto pertenece a las permisibles urgencias de la campaña electoral, a la que no hay que prestar demasiada atención, salvo como revelación del subconsciente de algunos candidatos. En estos accidentes dialécticos se revela gran parte de la personalidad oculta. Sus errores no son deslices, sino evidencias. Eso sí, el problema del envejecimiento de la población queda ahí sin que nadie lo ponga en el escalafón de preocupaciones que merece. Las condiciones de la economía nada colaborativa en la que vivimos hace imposible plantearse la maternidad cuando corresponde biológicamente. Este disparate no atrae la atención de nadie. Hablan de tener hijos como quien saca entradas para el teatro. La sociedad ha evolucionado detrás del consumo, y el proyecto familiar cada día resulta más unido a esos valores tan superficiales. La renovación de nuestro modo de vivir tendría que ser profunda para solucionar esta crisis. Mientras tanto, el único parche conocido, se quiera reconocer o no, es la inmigración. Deberíamos fijar la cantidad de personas que necesitamos al año para poder hacer sostenible el sistema de salud y dejarnos de falsos discursos patrióticos o ginecológicos.
Al otro lado de la estampa está la maternidad misma, transformada, como todos los asuntos de calado, en una disputa ideológica en blanco y negro. Si nos dejáramos llevar por sus intereses, tener hijos terminaría por ser de derechas y no tenerlos, algo progresista y libertario. Demencial. Hace poco una madre reciente me contaba el extraño suceso de llevar a su niño por primera vez al mar. Al parecer, como todos los niños, el juego de las olas sobre la arena, con su llegada y su partida en cadencia juguetona, le resultó fascinante. Exactamente en eso consiste meter un niño en tu vida. En recuperar la sorpresa ante las cosas fundamentales, como la ola del mar. Esa inocencia es la que regresa con un niño cerca. La otra razón fundamental para tener un hijo consiste en que, cuando te haces mayor, alguien más joven te trae cerca temas de conversación que no solo tienen que ver con la enfermedad, la muerte y la decadencia. Los chicos aún hablan de amor, de suspensos en Matemáticas y de la hora de la merienda. Esas aportaciones a la vida de los adultos resultan fundamentales para hacer el paso de la edad soportable. Nadie evocará estas dos características esenciales de los niños sobre nuestra vida. Están demasiado ocupados hablando de pirámide poblacional y sostenimiento de las pensiones en su visión utilitarista de las personas. Se olvidan de que los niños no se traen al mundo para solucionar estos dos balances contables, sino para volver a descubrir el juego de las olas y acariciar, aunque sea por persona interpuesta, la pasión juvenil. No dejemos que nos engañen con la respuesta a la pregunta absurda de: ¿para qué sirven los niños?