El ruido de los coches eléctricos
El ruido de los coches eléctricos
PalabrerÃa
Leguminosa. Al principio, cuando eran una excepción, se apreció el silencio, el desplazarse sin importunar. Que los coches eléctricos o hÃbridos rodaran con sigilo se consideró benéfico para la sociedad y la salud, y una advertencia para los obsoletos modelos que circulaban con combustibles fósiles y con estómagos de los que escapaban más ventosidades y detonaciones que durante una mala digestión de leguminosas. Quienes vivÃan en edificios abocados a las grandes vÃas urbanas sabÃan que el estrépito de los motores no respetaba las alturas y que, tras los cristales dobles, habÃa un zumbido continuo, amortiguado solo durante unas horas de madrugada. Era algo inherente con lo que se vivÃa y que se soportaba desde la inconsciencia, pero cuando por algún motivo la percepción del sonido regresaba, resultaba muy difÃcil sacárselo de encima. Algunos decÃan que era como los acúfenos, pero desde el exterior de la cabeza.
Acústico. Quien soñara con la ciudad del reposo gracias a los vehÃculos mudos, con ir por la calle hablando sin alzar la voz, dormir con la ventana abierta y ver la tele a un volumen razonable se iba a llevar una decepción por culpa de la Unión Europea, que obligaba a hÃbridos y eléctricos a disponer de un sistema de aviso acústico que evitara atropellos. Durante un tiempo se hizo humor con esa discreción que podÃa llegar a ser asesina y se habló de cómo ancianos y palomas estarÃan entre las primeras vÃctimas. Matayayas, decÃan algunos. Los legisladores tenÃan en cuenta eso, pero, sobre todo, a las personas con deficiencias visuales. Y tenÃan razón porque los coches callados dejaban reducidos a dos los sentidos de esos ciudadanos. Era probable que existieran otras medidas de seguridad para proteger a los peatones y favorecer el silencio prometido por la electricidad, aunque serÃan, sin duda, más costosas para la cicatera industria.
Retumbante. ¿Cuál tendrÃa que ser el runrún propio de hÃbridos y eléctricos? Las grandes compañÃas automovilÃsticas contrataban a músicos e ingenieros en busca de identidad. Si en el pasado se popularizó el sonido Detroit o el sonido Motown, pronto serÃa famoso el sonido Nissan o el sonido Tesla. En algún momento de la borrachera retumbante que se acercaba, los DJ más famosos pincharÃan en raves multitudinarias esas ráfagas ocultas en los mini altavoces del chasis, ¿o en la rejilla frontal y en el portón trasero? Las radiofórmulas reservarÃan espacios para los éxitos. La Unión Europea exigÃa que esa motorización con futuro tuviera voz, pero para decir ¿qué?
MelodÃa. El nacimiento del smartphone llegó acompañado por la compra de timbres personalizados. Las teles se llenaron de anuncios para adquirir mugidos de vacas o frasecillas machaconas de famosos, boberÃas que irritaban al personal âexcepto al propietario, al que le hacÃa graciaâ cada vez que sonaba un móvil. Esa fiebre bajó con el tiempo, si bien podÃa revivir en una segunda edad de oro âo plomoâ con la necesidad de dotar a hÃbridos y eléctricos de melodÃas. Alguien girará una llave de contacto y se escuchará sin fin: «¿Por qué no te callas?». O el himno del Barça, o el de Riego. Horror, ¡a Melendi! Bustamante no, por favor. Transportes de la nueva era que, ahora sÃ, serán matayayas y matayayos: ancianos con los corazones fulminados a guitarrazos de deathmetal.
AnarquÃa. En este ejercicio regresivo que se plantea, se empeorará la situación anterior, aumentando la contaminación acústica hasta derretir la cera de las orejas. La anarquÃa canora se apoderará de las calles, alejándose de la grave y previsible monotonÃa del motor de explosión. Ya nadie podrá asociar la automoción a una sonoridad. Un eléctrico por ahà asustando al personal con ráfagas de cohete y un hÃbrido por allá poniendo los pelos de punta con la Macarena. Nunca más dormir. Nunca más conversar en una terraza. Solo querer ir por ahà a cegar enchufes e impedir recargas.