Los pobres también lloran
Los pobres también lloran
Artículos de ocasión
Hace décadas tuvo éxito, ya desde el título, un culebrón que recordaba que Los ricos también lloran. Con el paso de los años, el formato de la telenovela se diluyó en la programación habitual televisiva tomando nuevos modos. El más reconocido ha sido el de transformar a personajes reales en figuras modeladas al modo de la ficción y reducirlos a ellos y a sus familias a las dinámicas narrativas. Así, ya tenemos familias expandidas en la sobremesa televisiva hasta formar un magma en el que nadie sabe dónde acaba la verdad y comienza la ficción. El éxito de audiencia ha sido incontestable y las más expresivas secuencias de este formato hacen referencia a un modelo de expiación para ricos y famosos. Las condenas y las amnistías son mediáticas, basadas en el capricho popular, que es una de las cosas más fáciles de dirigir del mundo. El apreciable talento para transformar las vivencias de personas en episodios infinitos de un culebrón invisible es todo un hito en la comunicación contemporánea.
Pero en los últimos años se impone una característica bastante particular. De una manera sutil, el foco sobre la sociedad ha eliminado a los pobres y desfavorecidos. Y lo hace precisamente en el momento en que son más abundantes. Cerca de ocho millones de personas en España se consideran en el umbral de la pobreza y la marginación. Sin embargo, los medios han logrado invisibilizarlos, supongo que por la poca afición a la realidad en las apetencias de los espectadores. Nadie quiere ver lo que tiene al lado. Se prefiere viajar a galaxias lejanas. Y la más lejana de todas, para los españoles medios, es la de las grandes fortunas, las personas muy relevantes y aquellos que disfrutan de grandes comodidades. De manera casi cotidiana, nos enteramos por informaciones muy bien dispuestas de cualquiera de sus vicisitudes. Nos resulta muy sencillo familiarizarnos con las disputas y las desgracias de las familias elegidas. Ellos son quienes sufren porque tienen un hijo enfermo, porque afrontan una separación, la muerte de alguno de los patriarcas, por las ocasionales escaseces económicas y en algunos casos hasta por las multas de la Agencia Tributaria a sus trampas contables.
Esos sufrimientos retransmitidos han invadido nuestra esfera cotidiana. Efectivamente, los ricos también lloran. Pero en ellos la tristeza es fotogénica, el dolor es un bien elaborado luto de Chanel y gafas de sol de marca. La enfermedad, las restricciones, aunque sean en un juego pactado, contienen tanto de enganche para el resto de la población que da pena. Nos han educado para vivir de manera vicaria por otros. Y esos otros son ricos. Las entrevistas en sus ‘casoplones’ se han convertido en el único programa de conversación y, cuando asoman las patitas los momentos tristes de su biografía, se produce un regocijo tontaina. Ah, los ricos también lloran, y lloran con gracia y encanto. Lo terrible es que ese exhibicionismo abusivo se produce en contra de las clases desfavorecidas, a las que se ha vetado en los medios, salvo cuando son protagonistas de crímenes. La gente pobre no tiene derecho a redención. Nunca tanto como ahora se reclaman penas más fuertes y hay más insolidaridad con ellos. Cualquier atisbo de asociacionismo para ir en su ayuda se tilda de chiringuito. La estrategia ha funcionado. Claro que los pobres lloran y tienen hijos enfermos y dificultades para llegar a fin de mes, pero nada de eso interesa. Es a los ricos a los que se perdona, a los que se exime de responsabilidad y de los que se retransmite el dolor y el arrepentimiento, que se niega a todos los demás. Esta grotesca situación tiene mucho interés sociológico, porque mientras se reduce la empatía para con los desfavorecidos, se acumula un juego de segundas oportunidades y resarcimientos para todos aquellos que viven en el privilegio. Sin darnos cuenta, hemos deshumanizado al pobre. La primera manera de hacerlo ha sido negar su visibilidad. Todo lo que les pasa se lo merecen y han de ser castigados por ello. Pero, en cambio, asistimos al espectáculo contrario entre los tocados por la fortuna o la herencia. Alguien debería decir en voz alta que los pobres también lloran, sí, pero además tienen derecho a la empatía ajena y al conocimiento general de su desgracia.