La seguridad y la independencia
Artículos de ocasión
En abstracto, resulta muy difícil medir cuánta de nuestra independencia sacrificamos en aras de nuestra seguridad. Tendríamos que estudiar cada cerco que nos rodea para sacar la cuenta. El comienzo de la invasión de cámaras de vigilancia y el propio proceso de crecimiento del control tecnológico de nuestros datos por grandes empresas y gobiernos se vendió enlazado a la promesa de seguridad. Nadie está dispuesto a sacrificar sus privilegios a cambio de nada, así que era preciso crear un estado de inseguridad, de miedo, de amenaza latente para que aceptáramos, sin apenas crítica, que se redujera nuestro margen de libertad hasta límites nunca antes vistos. Pero si uno continúa escalando entre los estratos donde seguridad e independencia se entrelazan, o más bien se vacían y llenan como vasos comunicantes, topará rápido con el gran mito de las empresas de seguros. Sin apenas darnos cuenta, las grandes aseguradoras se han convertido en monstruos inmensos que manejan cifras de capital asombrosas y han extendido sus intereses por otros campos financieros. Hace poco, sorprendido de la penosa programación de una cadena de salas, le pregunté a su responsable a qué era debido ese cambio cualitativo y me respondió que ahora sus dueños eran una gran aseguradora. Si uno piensa que las aseguradoras poseen cines, locales, pisos, negocios variados, es raro que no se plantee cuántos de sus propios miedos han contribuido a ese enriquecimiento.
El problema mayor de esta hipertrofia de las aseguradoras lo vemos a diario. Cada vez más, en cualquier reparación en el hogar ya no se contrata a obreros independientes, sino que viene ordenada por los rigores del seguro. Ellos te envían a su patrulla, a sus empresas asociadas. No solo el cuidado hospitalario se va derivando cada vez más hacia donde interesa económicamente a las multinacionales de seguros, sino las pequeñas cosas del día a día. Y otra de las principales es la reparación del automóvil. El seguro es obligatorio en el coche, para frenar los daños y la irresponsabilidad de los conductores. El problema que ahora han hecho público los portavoces del gremio de talleres es la pérdida implacable de la independencia. Si esos talleres no reciben encargos de las aseguradoras, corren el peligro de desaparecer. A través de esa presión, los consorcios de seguros fijan precios y obtienen rebajas en el coste de cualquier reparación que ahoga a muchos talleres. La ecuación es fácil de entender: cuando una potencia económica se hace con la tarta del mercado, le resulta sencillo fijar las condiciones.
Los talleres han hecho público, sin que la sociedad haya prestado ninguna atención, que se los obliga a recurrir a piezas de recambio usadas, a sustituciones fraudulentas para abaratar los costes. A los clientes se los acorrala también con la imposición de los talleres donde llevar a su coche. Mucha gente ignora, y ya se encargan las aseguradoras de equivocarlos interesadamente, que cuando eres víctima de un choque o un roce en tu automóvil causado por otro eres libre para elegir taller sin que se te imponga uno desde el seguro. El problema es que te amenazan con retrasos, te dicen que tardará en ir el perito de la casa, y demás chantajes para conducirte al que ellos quieren. La sensación general es que una de las pérdidas más fundamentales de nuestra sociedad es la depreciación del artesano. De la persona que, enamorada de su oficio, lo quiere hacer bien. Uno de los factores que contribuye a esta desaparición es la presencia de ese contratista invisible pero omnipotente que son los seguros. Basta hablar con pintores, escayolistas, cerrajeros, albañiles y mecánicos para obtener de todos la misma respuesta. A la intemperie, por libre, es muy difícil sobrevivir. La denuncia de la Confederación Española de Talleres no ha tenido apenas eco en los medios. Es algo que nos entristece porque contribuye a un debate de alto calado que tiene que ver con las aseguradoras y su tremenda presión sobre el mercado. Nos decimos libres, pero cada vez más nuestra supuesta independencia está maniatada. A la estela de nuestra promesa de seguridad, que es falsa, algunos se han apoderado del pastel sin que los gobiernos sepan regular con criterios modernos.