Un país llamado Koka-Kola
Palabrería
Escombro. Después de una agotadora y laberíntica negociación, el Consejo de Seguridad de la OEU quedó al fin constituido. Ni siquiera tuvieron que ocupar el edificio de la obsoleta ONU en la isla de Manhattan, que tras el cierre de la organización había sido adquirido por una inmobiliaria para construir apartamentos. Pronto, la memoria de las declaraciones rotundas y majestuosas y de las mentiras justificadoras de guerras y de la cobardía y de las inútiles resoluciones caería con los escombros, y los habitáculos de centenares de funcionarios serían derribados para dar paso a unas amplias estancias que solo podrían pagar los ‘muchimillonarios’. Las toneladas de papel que habían empleado durante 75 años para los informes equivalían a extirpar un pulmón al Amazonas. Quisieron salvar al mundo y solo consiguieron deforestarlo. Si la OEU pretendía sobrevivir en el nuevo orden mundial, tenía que ser respetuosa con el medioambiente, según las exigencias de los consumidores.
Nomenclátor. La OEU, la Organización de Empresas Unidas, era el resultado de un proceso comenzado con discreción y una aplastante eficacia. Primero, las compañías dieron nombre a los estadios deportivos. Fue un asombro que se curó rápido porque los socios y aficionados siguieron designando al recinto con el nombre tradicional del equipo, sin añadir el nuevo y sufragador apellido. No se desanimaron y supieron que esa costumbre alguna vez sería volteada. Fue distinto en las estaciones de metro asociadas a una marca: las paradas dejaron de estar relacionadas con el nomenclátor, y los usuarios aceptaron la designación con un sentido práctico. Al denominar a las grandes infraestructuras –hospitales, aeropuertos, estaciones de tren…–, la penetración aumentó de un modo irrenunciable. Reyes y presidentes y prohombres –¿cuántos aeropuertos internacionales habían sido nombrados en femenino?– cayeron en beneficio de corporaciones tecnológicas, petroleras, crediticias, bancarias o de distribución.
Tutelar. Lo siguiente sucedió con lógica empresarial: Koka-Kola se ofreció a pagar la deuda exterior de un país de tamaño mediano y a contribuir generosamente en el presupuesto anual a cambio de un gesto con trascendencia histórica. Esa nación renunciaba a su nombre por el de ‘Koka-Kola’. La respuesta inmediata del Gobierno fue un ¡NO! que dejó sordos a los de las bebidas carbonatadas. Finalmente, entre elegir ruina o traición –y tras un considerable aumento inversor–, optaron por lo segundo. Los gobernantes sentían tanta vergüenza que intentaron que la modificación fuera discreta y trivial, pero los patrocinadores organizaron una fiesta a lo grande que incluyó desfiles, recepciones, nueva bandera (lata roja sobre fondo blanco), himno (La chispa de la vida), pasaporte y gentilicio (‘kokakolenses’). El ejemplo burbujeó de inmediato y otros países aceptaron con gusto y pocos prejuicios una operación similar por parte de algunas de las mayores compañías del planeta. Happle, Amason, Alibebe, Bisa, Toiota o Neslé pasaron a tutelar Estados. La primera parte de la operación había sido nominal; la segunda, de gestión.
Esparadrapo. Territorios construidos con esparadrapo histórico y renuncias de guerra aceptaron mejor la situación que aquellas naciones que se consideraban milenarias. El patriotismo era un valor a la baja mientras aumentaba la conflictividad laboral. Los ciudadanos eran tratados como empleados. El despido consistía en mandarlos al exilio. Los editores de atlas y enciclopedias y libros de geografía e historia estaban desbordados con los nuevos mapas y contenidos. También hubo fusiones, absorciones y opas, lo que complicó más el dibujo del mundo.
Saña. La paz, a pesar de la OEU, no fue duradera. Las guerras comerciales se extendieron con una saña inaudita. Koka-Kola boicoteó el uso de la Bisa en las tierras que controlaba y Happle dejó de comprar procesadores a Hintel, mientras que Guai Disny prohibió la exhibición de sus películas tras las fronteras de Guarner Bros. La autarquía se impuso y los supermercados comenzaron a estar desabastecidos, a excepción de los productos propios. Los asalariados se acostumbraron a surtirse en el mercado negro: una lata de Koka-Kola a cambio de un ratón de Happle, una rueda de Toiota por una tableta de chocolate de Neslé, un pasaporte por una nómina.