Como creo haber contado en algún artículo anterior, ando tratando de reconstruir el exilio en Francia de una poetisa, deportista y pionera del feminismo, la catalana Ana María Martínez Sagi. Está siendo una aventura apasionante de la que espero dar cuenta, si no me fallan la salud y el ánimo. Pero la inmersión en los archivos franceses no sólo me ha servido para conocer muchas minucias de la vida de Ana María que ella me había ocultado o embellecido. También me ha permitido consultar miles de documentos rezumantes de dolor referidos al exilio español. Muchos de esos documentos jamás habían sido contemplados por otros ojos que los míos, después de que oscuros gendarmes los redactaran hace ochenta años; otros se habían paseado por medio mundo, confiscados primero por los invasores alemanes y trasladados a Berlín en 1940, donde fueron a su vez saqueados por los rusos y transportados hasta Moscú en 1945, desde donde volvieron a Francia hace algunos años. Me he tropezado con documentos procedentes de los campos de concentración franceses, donde los exiliados españoles sufrieron vejaciones sin cuento, que se desmenuzaban entre los dedos, oxidados por décadas de humedad y desidia. Y he descubierto, además, algo terrible y angustioso. Una de las localidades francesas por las que Ana María pasó, en las primeras semanas de su exilio, fue Toulouse, la Tolosa de Languedoc de los catalanes, capital del exilio y del departamento del Alto Garona, que llegó a ser designada la ‘quinta provincia de Cataluña’. Por Toulouse o Tolosa pasaron decenas, tal vez cientos de miles de españoles en su éxodo: muchos de ellos se instalaron allí; otros –como Ana María– hicieron un alto en su camino, antes de que los trasladaran hasta los infames campos de concentración, o hacia otras localidades francesas (si tenían la suerte de que algún familiar los acogiese). Me dirigí, pues, al archivo departamental del Alto Garona y solicité la documentación que guardaran sobre Ana María. Como antes había estado en otros archivos franceses conocía bien lo que podía encontrar allí: fichas y expedientes policiales, libros de registro en los que se consignaba hasta el más mínimo movimiento de los exiliados, salvoconductos, cédulas identificativas, partes médicos, etcétera. Toda una geografía del horror donde se constata fácilmente que nuestros compatriotas fueron tratados como perros sarnosos por los apóstoles de la liberté, la égalité, la fraternité y la ‘hipocrité’. A la vista de los documentos valiosísimos que había hallado en otros archivos, pensaba –¡iluso de mí!– que en Toulouse me aguardaba una mina. Pero me equivocaba trágicamente. Respondiendo a mi requerimiento, los archiveros me dijeron que, en efecto, habían guardado un expediente sobre Ana María Martínez Sagi que acaba de ser destruido. Cuando me repuse de la sorpresa les solicité que me aclararan tal disparate, pero se resistieron a hacerlo. Pedí entonces la documentación de otras personalidades catalanas y, en general, españolas del exilio que, según me constaba, habían residido en Toulouse durante 1939. Así descubrí que toda la documentación sobre el exilio español, referida a este año medular, ha sido salvajemente destruida; pues, al parecer, una ley francesa permite a los archivos deshacerse de fondos con más de ochenta años de antigüedad, si una comisión de expertos así lo decreta. Naturalmente, aquellos documentos tenían un valor incalculable; pero los expertos que acordaron su destrucción sabían bien que son una prueba de cargo de las canalladas impronunciables que Francia infligió a nuestros compatriotas. Pero más delito aún que estos gabachos tienen nuestras autoridades, que han hecho de la cínicamente llamada ‘memoria histórica’ el estandarte de su gestión política. Si en verdad esos demagogos estuviesen interesados en mantener viva la memoria de los exiliados españoles, habrían acudido hace muchos años al archivo de Toulouse, capital del exilio republicano, para fotografiar el material ingente que allí se custodiaría hasta hace unos meses. Pero a tales demagogos sólo les interesa desenterrar el odio y azuzar el resentimiento entre españoles; y para encender ese fuego sórdido no basta la yesca de los documentos apolillados. Pensé que, tal vez, mientras en Tolosa de Languedoc la memoria de miles de exiliados catalanes y españoles era reducida a pavesas o confeti, el doctor Sánchez estaría derramando lagrimitas de cocodrilo en Colliure, ante la tumba de un poeta al que jamás ha leído, o relamiéndose macabramente, mientras exhumaban al dictador con el que sus papás medraron. Pobre España, desmemoriada y sin historia, a merced de demagogos sin escrúpulos.
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