La era de la masturbación
Artículos de ocasión
No es nada nuevo. Cuando tenía 14 años, escribía novelas de ciencia ficción. Influido como todos los jóvenes de mi generación por los libros de Isaac Asimov, dedicaba horas a imaginar el mundo del futuro. Aún no había entrado en nuestra iconografía el sobrepoblado romanticismo de Blade Runner, sino que pugnábamos por hallar el sentido correcto de la nueva utopía. Creíamos, como unos idiotas, que el futuro empezaba en el año 2001. Así que en el pupitre de clase hacíamos cálculos de la edad que tendríamos entonces, seríamos unos viejísimos tipos de 31 años. Pero lo que más nos interesaba era recrear el espacio social que encontraríamos. Por supuesto, el transportador de materia nos parecía asequible, bastaba un viaje apretujados en metro para desear teletransportarnos cuanto antes. Aunque lo que aparecía en mis cuentos tenía más que ver con la dimensión sociopolítica. En particular, las relaciones humanas nos creaban curiosidad, quizá porque era el tiempo en que nos abríamos vitalmente al llegar a la adolescencia.
La más común de las fantasías, porque la habíamos leído en muchos libros, es que las casas serían de cristal y todo el mundo podría mirar a los demás. Veíamos levantarse los primeros rascacielos de oficinas todos acristalados y coincidíamos en pensar que las casas también irían en esa dirección. La pérdida de privacidad no se ha producido tan solo por las derivas arquitectónicas, sino por la entrada en juego de la tecnología de la comunicación. La exposición voluntaria es una forma de transparencia tramposa. Recuerdo que uno de mis cuentos trataba sobre la nueva condición morfológica de las personas. Como nos pasaríamos el día sentados ante los ordenadores, las piernas dejarían de ser indispensables y nos desplazaríamos en sillas de ruedas por un hogar individual. Nos comunicaríamos con todo el mundo a través de pantallas y la relación erótica sería audiovisual. Ahora que lo pienso, resulta curioso que un chico de 15 años escriba cuentos en los que toda la población se masturba como única forma de relación sexual. En el fondo, andaba haciendo un autorretrato.
Pero curiosamente, el otro día, al saber que otro futbolista había sido extorsionado por masturbarse ante la pantalla de su terminal y ser grabado para traficar con su reputación, volví a recordar aquel cuento. Se llamaba Encantado de conocerte y arrancaba con la sorpresa al descubrir el protagonista que esa frase, siglos antes, se utilizaba para cuando dos personas se encontraban físicamente. En el tiempo del relato, esa expresión solo se conocía como la forma cotidiana de saludar a alguien a través de la pantalla. Tanto las relaciones laborales como las sociales se mantenían desde cubículos que eliminaban las desventajas de salir a la calle en un mundo superpoblado. Todas las inseminaciones eran in vitro y el cuidado de los niños se delegaba al Estado. Estas fantasías entre estalinistas y kubrickianas nacían de la necesidad de explicar un mundo en el que la masturbación era la forma de relación única. Si algo me ha sorprendido de las novelas y películas futuristas que nos han invadido hasta descubrir que el futuro era la misma chapuza que ya conocíamos, es la práctica ausencia de gente masturbándose en pantalla. Será porque las hacen para niños y gente en vuelos transoceánicos, dos de los reductos donde aún se practica la censura. Si no, es inexplicable.
Estas Navidades, el juguete más vendido por Amazon, el río Amazonas del hiperconsumismo actual, ha sido un estimulador clitoriano para mujeres. Todo ello nos lleva a pensar que nuestras predicciones eran ciertas. Poco a poco, el ser humano tiende a la masturbación como relación más prolífica y menos conflictiva. De alguna manera, el territorio plástico en el que ha entrado el cuerpo humano y la exposición publicitaria de todas las personas como marcas ha obligado a potenciar nuestra imagen externa más que los valores internos. Por cada librería que se cierra hoy se abre un gimnasio, según calculan los expertos. Es decir, somos ya paneles publicitarios más que entes complejos. Esto nos lleva a declarar nuestro tiempo como la Era de la Masturbación. Quizá así completamos el pasaje de las edades del hombre. Onán, el segundo hijo de Judá, venció por fin sobre su maldición del Génesis.