Déjate robar
Artículos de ocasión
A todos nos sucede que recibimos correos y mensajes cuyo contenido es una forma de extorsión en curso. Se nos avisa de que tenemos que completar los datos de nuestra cuenta, nos piden revelar información para solucionar un problema, nos advierten de que está lleno el buzón virtual, que nos espera un paquete en Correos o que el contrato de telefonía precisa de nuevos datos. La mayoría de nosotros hemos aprendido a desecharlos sin prestarles atención. Pero constantemente nos enteramos de que personas ancianas, gente algo desinformada o que carece de conocimientos informáticos para percibir estas estafas cae en ellas de manera continuada. Una vez que comparte sus datos, es robada de manera oculta y las gestiones para que le restituyan su dinero o su personalidad virtual las conduce a un atolladero legal. En los últimos tiempos abundan las extorsiones directas. El secuestro de archivos y cuentas, la demanda de un rescate o la amenaza de hacer públicos los datos privados. Las ‘sextorsiones’ han sido actualidad constante ya sea porque en puestos de trabajo han corrido las imágenes de contenido erótico de algún compañero o porque algunas personas padecen un chantaje económico a cambio de no sacar a la luz vídeos y poses que le fueron tomadas en la intimidad.
Es el crimen moderno, que por desgracia avanza paralelo al progreso tecnológico. El problema es que frente al crimen clásico estamos preparados, pero el nuevo modelo va por delante de las leyes y de la defensa personal. Hace poco pasé una mañana en comisaría siguiendo el trabajo de algunos agentes y entre las cuestiones que nos planteamos había una que tenía que ver con la ciberdelincuencia. Cuando una persona recibe este tipo de chantajes o correos fraudulentos, no tiene manera de actuar. No puede acudir a la Policía ni denunciar el acto. Tan solo si es víctima del engaño o de la extorsión puede proceder contra el asaltante virtual, pero si detecta el fraude simplemente tiene que mandarlo a la papelera sin poder hacer nada para proteger a otras personas. Es algo así como detectar a un ladrón en tu calle, pero no poder advertir a la Policía de su presencia hasta que haya desvalijado a varios paseantes. Aunque parezca anecdótico, esta sensación de que tú te has salvado porque has sabido desentrañar la trampa que se esconde en el mensaje recibido te deja un mal sabor de boca, pues intuyes que algún otro caerá en la estafa.
Lo normal en un mundo civilizado es que las fuerzas de seguridad dispusieran de un departamento al que pudieras reenviar ese correo recién recibido. Ellos se encargarían de rastrear a su remitente y tratar de desactivarlo antes de que engañe a alguien. Pero no, la realidad es que el cibercrimen solo puede atajarse después de haber sido cometido. Lo que permite que este tipo de estafa no vaya remitiendo con el tiempo, sino todo lo contrario. En la perfecta impunidad, cada día hay más envíos de este tipo, más trampas posibles, más afanes de engañar. Proliferan los chantajistas y los timadores de nuevo cuño. Y lo que es absurdo es que tengas que ser víctima de ellos para poder denunciarlos. Una de las más inteligentes formas de seguridad en esta vida es la prevención. Carecer de ella es abandonar a las personas a la suerte del delincuente.
Entre las dinámicas políticas de nuestros días está la de manipular el miedo. Es constante que mediocridades de la escena pública utilicen algún crimen notorio, el pánico a los extranjeros o las marginalidades sociales para cautivar a votantes atemorizados. En esto reciben una ayuda impagable de los medios de comunicación, que han descubierto que el alarmismo vende y dedican toda su artillería a la expansión del miedo, a la viralización del pánico. Sin embargo, los datos son tercos y en el último año muestran que el crimen virtual y la estafa tecnológica son el modo de delincuencia más habitual y costoso. Nadie quiere frenar la expansión de la hipercomunicación y, por lo tanto, se oculta la dimensión de esta inseguridad ciudadana. Las leyes tampoco se adaptan al nuevo tiempo y por eso cada día vemos a más inocentes caer en la trampa sin que nadie se tome en serio su protección. El miedo se teledirige en una manipulación interesada.
