‘Youngexplotation’

Artículos de ocasión

Cuando yo era niño, triunfaba un género en los cines norteamericanos que recibía el nombre de blaxplotation. No tuvo tanta acogida fuera de su territorio, pues tenía un interés local. Se trataba de que los espectadores afroamericanos pudieran disfrutar de películas populares protagonizadas por actores negros, retratados como arquetipos delincuenciales en actividades de bajos fondos. Ese subgénero fue una prolongación de la serie B y sirvió también para acunar unos nuevos mitos eróticos y mafiosos de diversidad racial. En el fondo fue una espita liberatoria en una olla a presión, la de la falta de representatividad social de las minorías negras en un país que reclamaba los derechos civiles frente a la violencia sometedora de los blancos. Desde entonces, llamamos ‘géneros de explotación’ a los que intentan hacer dinero por el procedimiento de exprimir sectores poblacionales, asuntos de actualidad, temáticas del momento.

En España tuvimos géneros que podrían emparentarse con la blaxplotation y que nos remiten al cine folclórico, la españolada con su reivindicación del zoquete noble, la simpatía exprimida de Joselito, Marisol y Manolo Escobar, todo ello como representación de un efecto sedante durante el franquismo. Pero quizá lo más parecido al fenómeno de negritud marginal norteamericana fuera, con una década de retraso sobre su modelo, el cine quinqui, que explotaba la delincuencia suburbial para crear iconos alternativos durante los años de la Transición. En los años posteriores, el fenómeno de la explotación genérica quedó vacante, hasta que hace dos décadas surgieron las series de adolescentes. Todas ellas apostaron por la exacerbación de lo erótico y la ausencia de crítica social como rasgos definitorios. En el gremio a esto se le ha llamado, con acierto, la youngexplotation, que define la explotación de los jóvenes con la idea de ofrecerles un rincón de respiro lúdico mientras se impone su infrarrepresentación en los organismos de poder real.

Esta moda contiene una versión innovadora. Los jóvenes poseen hoy en día un poder adquisitivo inédito en nuestra sociedad. Los que nos criábamos sin un duro en el bolsillo percibimos que ahora los adolescentes son la más preciada mercancía de consumo. Las campañas de venta de ropa, tecnología, entretenimiento y música los han colocado en el centro de la diana. Los chicos tienen dinero y hay que quitarles ese dinero como sea. Para activar ese proceso, las series y ficciones sobre la juventud tienen un uso fundamental. Conseguir colocar a los jóvenes frente a un espejo en el que se ven hipersexualizados, consumistas y bajo el nihilismo del alcohol y las drogas responde a un esfuerzo de manipulación muy bien afinado. No se trata de decir que son así, sino de convertirlos en eso. Por eso desde hace años, el género de la ‘jovenexplotación’ coloca una visión hegemónica para lograr hacer sentir como marginales y desplazados a quienes no se transforman en los modelos impuestos desde la ficción.

Nada es inocente en la industria y de manera derivada los intereses de esas grandes marcas de negocio son compartidos por los generadores de este tipo de imagen. La primera arma sometedora de una sociedad suele ser su representación. Los que nos rebelábamos contra la imagen que se pretendía dar de nosotros en diversas edades éramos conscientes de que la lucha por tener criterio propio era la más complicada. El enemigo para los jóvenes de hoy es brutal y solo aquellos que tienen verdadera personalidad acertarán a salirse del modelo que se les impone para lograr encontrar su propia forma de vivir y de crecer. Los padres y profesores son conscientes de ese género impuesto de la explotación juvenil, lo padecen cada día, pero tienen armas mucho menos potentes para enfrentarse. Es difícil pelear contra la presión audiovisual y de la industria del comercio y el entretenimiento. Y, además, hacerlo tan solo con la promesa del cariño familiar, el conocimiento académico y el rigor escolar. Por eso están perdiendo la batalla. Pero como siempre se ha dicho, la primera clave para ganar una guerra es saber que estás en guerra y no dejarte engañar por la aparente calma, por una falsa sensación de paz vendida por quienes van ganando cada colina, cada cima, día tras día.

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