Ana Guardione, llegamos a tiempo
Artículos de ocasión
A menudo la vida es un cúmulo de ocasiones dejadas pasar de largo. No tendría que obsesionaros saber que tomamos caminos que implican abandonar otros destinos. Hoy se vive en un periodo de angustia, donde a la gente le gustaría estar en demasiados sitios a la vez y termina por no estar en ninguno. Se nota mucho en los jóvenes, que con las redes sociales creen que alcanzan a dominar más frentes, cuando en realidad su paso es tan liviano por todos ellos que la vida se les escapa entre los dedos. Por eso, pese a disponer de más años de esperanza de vida se escucha a diario la expresión esa de «no tengo tiempo para nada». En uno de mis oficios, el cine, el dinero siempre fue dueño de la actividad, pero a ratos se dedica a poner palos en las ruedas más que a empujar el oficio. Hace un tiempo, el dueño de una pequeña discográfica, Madmua Records, me propuso rodar un documental que contara la historia de la grabación del primer disco de canciones de Chicho Sánchez Ferlosio. Corrían los años 1960 y unos estudiantes suecos terminaron en España para grabarle en el baño de casa las canciones que cantaba en las manifestaciones universitarias. Ese disco, que mi amigo Joan Losilla iba a reeditar en formato idéntico al original, podía, según él, servir de origen a un documental que narrara la historia.
La mayor de las perezas llega cuando tocas las ventanas del dinero y las encuentras todas cerradas. En este caso volvió a suceder así. Chicho nunca fue un cantante popularísimo de esos que copan las listas de ventas. Más bien fue alérgico al comercio. Pero cuando nos pusimos a seguir la investigación sobre la grabación del disco, cuyo rastro ya desvelaba con ahínco un profesor español afincado en Estocolmo, Emilio Quintana, había un personaje central que destacaba entre todos. Se trataba de Ana Guardione, primera pareja de Chicho y madre de sus hijos. Fue conocerla y sentir un intenso flechazo, la sensación de que estábamos ante alguien especial, que sabía narrar, que era inteligente, sensible, capaz. Y tras charlar con ella quedabas seducido por esa mujer sin rencores, feminista antes de la hora, llena de energía y humor. Otra gran desconocida de nuestra historia con minúsculas. Gracias a una colecta popular, logramos reunir dinero para comprar imágenes de archivo y lanzarnos a completar el documental, que se tituló Si me borrara el viento lo que yo canto, como uno de los versos de la canción más inmortal de Chicho.
Desde aquella primera conversación, compartir la memoria de Ana Guardione era fundamental. Su edad avanzada nos urgía a no dejar pasar la oportunidad, no sentarnos a esperar que cambiaran las sensibilidades, por ejemplo, dentro de la televisión pública, para poder rodar algo así. La gente valiosa muere y los ejecutivos sin personalidad permanecen. Esta es la fatalidad que cualquier proyecto creativo debe combatir sin dejarse vencer. Durante el proceso de rodaje del documental, Ana fue una ayuda constante, con su empuje moral y su memoria infalible. Cuando lo terminamos se sintió encantada del resultado y se convirtió en la mejor embajadora. En el último viaje que hicimos juntos, a Estocolmo, se le saltaron las lágrimas de felicidad al escuchar a cuatro mujeres que se levantaron en el auditorio tras la proyección y cantaron en sueco los versos de Los gallos, la canción de Chico popularizada por aquel disco de 1963 e incorporada al repertorio escandinavo de protesta.
En sus últimas semanas de vida pasábamos por el hospital a verla y ella estaba feliz porque se sentía querida y bendecida por las amistades. Una mañana me contó que la tarde anterior se habían reunido 23 personas en su cuarto de hospital. Luego me confesó que morir era un proceso demasiado largo, que convenía acortarlo y no dejar que se adueñara la indignidad de algo tan importante en nuestro proceso vital. Esa serenidad me emocionó, porque se apagaba su organismo, pero su cerebro se mantuvo vivo y alerta, como cuando jugaba al mus con ese talento criminal de competidora sólida. Si algo me alegra es haber llegado a tiempo para grabar con Ana Guardione, para conocerla, para fijar al menos una de sus peripecias en una película. Eso dignifica mi oficio, pese a las dificultades.