¿Estamos provocando una extinción masiva?

LAS PREGUNTAS DE PUNSET

Como homenaje al divulgador científico Eduard Punset, recuperamos su sección ‘Los lectores preguntan’ en la que abordaba las cuestiones que le planteaban los seguidores de XLSemanal

Hace más de 3.500 millones de años aparecieron los primeros organismos unicelulares. Desde entonces, la vida se ha extendido por todo el planeta: de las aguas marinas a la tierra, al agua dulce y luego al aire. Donde haya agua, o la promesa de agua, se encuentra vida, como mínimo en forma de bacterias u hongos microscópicos. La hay desde la Antártida hasta el casquete del Polo Norte, desde la cima del Everest hasta las profundidades de los océanos, a 11.000 metros bajo la superficie del mar. Éste es uno de los grandes patrones de la Tierra: la vida envuelve cada rincón del planeta. Todo este capital está en peligro. Hemos sufrido cinco grandes extinciones en los últimos 450 millones de años. La última, en la época de los dinosaurios, hace 65 millones, fue causada por un meteorito gigante. Hace tan sólo unos 10.000 años, los seres humanos colonizaron completamente el planeta por medio de la revolución agrícola. Tal vez la vida, hacía 10.000 o 20.000 años, hubiese tenido su punto álgido de diversidad, pero aparecimos nosotros, y nuestro efecto es el de un nuevo gran meteorito. Hoy día, debido a que reducimos alarmantemente la biodiversidad de nuestro planeta, estamos en el umbral de las primeras etapas de la sexta extinción. La superpoblación de humanos ha creado un cuello de botella así lo llama Edward Wilson que destruye gran parte del entorno natural y de las especies. Permitimos esta situación para poder habitar en la Tierra, aunque si todas las personas del mundo, unos 6.300 millones, quisieran vivir con los parámetros consumistas de gran parte de Occidente, necesitaríamos los recursos naturales de cuatro planetas Tierra más.

La superpoblación de humanos ha creado un cuello de botella que destruye las especies y gran parte del entorno natural

Nuestro comportamiento actual nos beneficiaba en un sentido darwiniano, cuando la humanidad estaba evolucionando y vivíamos en pequeñas tribus, porque era cuestión de supervivencia, y el método de colonización era expeditivo y eficaz. Si sólo pensamos a corto plazo, nos basta con asegurar la supervivencia de un día para otro, pero entonces sólo se contempla el futuro de la siguiente generación en un espacio geográfico pequeño nuestra comunidad o nuestro país. El resultado de esta visión estrecha es que cometemos errores terribles en la planificación económica y en el reparto de recursos. La conservación del medio ambiente, sin embargo, no tiene por qué ser contraria a las leyes de la economía. Un equipo de economistas y biólogos ha estimado el valor en dólares del mundo natural que destruimos (el agua, el aire y el suelo). Los cálculos arrojaron una cifra equivalente al producto bruto anual mundial. Los procesos naturales que estamos destruyendo el enriquecimiento natural del suelo, la regulación del clima o la depuración del mismísimo aire que respiramos son servicios que la Tierra nos ofrece de forma completamente gratuita. A medida que destruimos el mundo natural, nos vemos obligados a reemplazarlo por nuestra propia maquinaria económica; por ejemplo, tenemos que depurar el agua pura que contaminamos con dispositivos de filtración que cuestan cientos de millones de euros.

Paso a paso, estamos convirtiendo la Tierra en un lugar donde no podemos asentarnos y dejar que la naturaleza siga su curso y nos suministre todos los servicios necesarios para la regulación natural de la vida, para la convivencia de las especies. Nos vemos obligados a vivir como si habitásemos en el espacio, encerrados en un vehículo espacial, siempre pendientes de arreglar, medir y discutir qué podemos hacer para que las cosas funcionen de nuevo. Esto es de locos.

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