El renacimiento

David Trueba

El renacimiento

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Hace tiempo que una de las pocas razones objetivas para nuestra felicidad consiste en observar que nos ha tocado vivir uno de los momentos más excitantes de la Historia. Al revés de lo que pensábamos tras una niñez plácida y la confirmación del anhelo democrático tras la larga dictadura que ensombreció la vida de nuestros mayores, el aburrimiento no llegó para quedarse. La caída del bloque soviético nos invitó a protagonizar un mundo donde las soluciones totalitarias se rendían a la evidencia de su fracaso. Pero tras la crisis de 2008, resultó clarificador ver cómo el sistema capitalista también colapsaba por su propia soberbia. Entonces no pudo afrontarse la anunciada reinvención, pues los políticos fueron amedrentados por el mercado. Los que salían ganadores cada mañana se opusieron a cualquier reforma que beneficiara a los que nacían perdedores de por vida. Desde entonces la corrección ha consistido en un parche permanente de la tubería plagada de fugas. La crisis sanitaria provocada por la infección del coronavirus viene a culminar un proceso lento de impotencias encadenadas. Y ahora sí se atisba un tiempo de reconstrucción que tendrá que ser por necesidad apasionante. El mundo va a volver a escribir páginas vitales y nosotros vamos a estar en primera fila del proceso.

El entusiasmo reverdecido por los nacionalismos se ha visto descarrilado de manera rápida. Sus soflamas eran música seductora, pero inválida. Hemos visto que el cierre de fronteras soñado por tantos de ellos hace insostenible una economía moderna. Las reivindicaciones para circular libremente no pueden encubrir que ese deseo ha de extenderse hacia todos. El mundo globalizado tiene problemas graves para sostenerse, pero es el único posible, por lo que el esfuerzo estriba en conseguir situaciones de igualdad más razonables para eliminar las explotaciones interesadas y el triunfo de unos sobre la derrota de tantos. El paraíso prometido por la nostalgia del pasado no era tal, sino tan solo un infierno parcelado en función de rencores, malos vecindarios y egoísmos particulares. No va por ahí pues la reforma de futuro. Todo lo contrario. La emergencia nos vuelve a recordar que el Estado no es el problema, salvo cuando se extralimita o es corrupto. No es ese elefante torpe al que tenemos que aligerar la carga, sino que los ciudadanos necesitan ese elefante. La Bolsa y el mundo financiero han vuelto a protagonizar el papel más siniestro en esta danza macabra. Demasiadas ganancias en la ruleta mientras demasiados trabajadores van a ver perder sus trabajos. Incluso los más críticos con las políticas sociales han comprendido que la única manera de resistir al embate que se nos viene serán la solidaridad y unas rentas mínimas de recuperación.

Los servicios sanitarios nos han indicado que el camino de la privatización parcial fue nefasto. Junto a otros servicios básicos como el transporte y la educación, han señalado que una sociedad mínimamente justa es la que se niega a permitir el negocio a su costa. La tendencia tiene que ser ir eliminando las barreras que nos separan desde niños. En el final, también se ha constatado que el cuidado de los ancianos era erróneo. Un negocio denunciado en estas páginas desde hace años y que nos ha estallado en la cara. Pues tanto al final como al principio de la vida debemos aspirar a la igualdad de oportunidades, precisamente para permitir que la libertad sea cierta en las décadas en que una persona goza de su plenitud vital y su rendimiento máximo. Han sido muchas lecciones que iremos asimilando con el tiempo, pero la principal es que los ciudadanos han aprendido a asumir la responsabilidad propia en cada compra y acción individual, en cada decisión. Ya saben que nada es fruto del azar, salvo en las fatalidades naturales. El combate con el virus requiere de la responsabilidad personal y del respeto por la ciencia y la sabiduría. Así también el futuro será nuestra responsabilidad y el resultado de un análisis válido y no caprichoso, sentimental o emocional. Las personas tienen en su acción particular la mejor palanca de recuperación. Sentirse responsables de escribir el futuro nos tiene que estimular frente a las perspectivas más negras. Este renacimiento será un tiempo digno de vivirse.

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