Alguna gente complicada

David Trueba

Alguna gente complicada

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

No corren buenos tiempos para las personas complicadas. Con unas corrientes de opinión que tienden más hacia la histeria y el reduccionismo, los caracteres complejos suelen enfrentarse a la incomprensión y el vacío. En ocasiones incluso son presa de las persecuciones y el boicot a sus productos, puesto que las personas complejas recurren al pensamiento propio. Una persona complicada es aquella que no opina lo que te esperas, que no siempre resuelve los asuntos como es requerido y que se maneja con cierta soltura en la libertad. No suele perseguir que prohíban nada, todo lo contrario, goza de que algunos asuman su propia responsabilidad o por lo menos se familiaricen con ese concepto. Y por lo general, las personas complejas tampoco actúan de manera gregaria, corporativa y sectaria. Es decir, no funcionan en el mundo que estamos creando hoy, basado en el gueto del gusto, en trincheras de similares y batallones agresivos en favor de la fidelidad ciega. Quizá por todo ello, cuando me llegó la noticia de que la actriz Rosa María Sardá había muerto me eché a temblar. Era una persona perfectamente complicada, una dicha viviente si lo que buscabas era criterio y personalidad.

Los actores no se manejan bien con la autoridad. Aunque simulan obedecer a los directores, la mayoría de las veces los someten a una prueba de algodón. Si resultan ineptos, ya se dirigen ellos solitos. Con los productores les pasa otro tanto. Conocen demasiado bien que se rigen por la tramposa brisa del éxito, que unas veces sopla a poniente y otras a levante. Por lo cual, un actor que se precia de serlo contiene la respiración y aguanta la tufarada innoble del negocio y se apresta a fabricar algo parecido al arte en las peores condiciones creativas del mundo. La Sardá tenía esa afición por la nota discordante. No era una muchacha plácida y el día en que la conocí se pasó la comida insultando al productor que tenía sentado enfrente. Lo hacía con voz queda, en confidencia, pero por el gesto se le entendía bien alrededor de toda la mesa. Por las mismas, era capaz de carcajadas abiertas y confianzudas, que en ocasiones le hacían llorar de la misma risa. En su arte era igual, pasaba del humor al sobrecogimiento con la misma facilidad que una navaja se agita en el aire. En muchas ocasiones, al mirarla, pensabas que era la hija imposible de Giulietta Masina con Groucho Marx.

La Sardá siempre complicaba todo porque tenía dudas. Y a medida que se hacía mayor, más dudas tenía. Pero eran casi todas dudas dignas de Shakespeare, nada de la coquetería del indeciso. Ella se replanteaba el mundo así, por las buenas. Tenía una relación difícil con el público, pues pertenecía a una estirpe de actores que no practicaba el atorrante populismo ese de «me debo a mis admiradores». No, no, trabajan para sí mismos en primera instancia, y luego sumaban la necesidad o el detalle de dejarnos asistir a los demás, en ocasiones pagando y en ocasiones gratis. Con los premios era agradecida, pero no sumisa. Cuando salía por la tele, la Sardá causaba un extraño cortocircuito, porque su manera de enfrentarse al medio partía del perfeccionismo, algo contrario al género. Entre la faramalla de estímulos que salen del televisor, ella se dirigía a ti, muy adentro, y clavaba sus ojos de perro triste sobre quien estaba al otro lado en el salón de casa. A partir de ese momento, en aquel salón ya solo reinaba ella y su teatro. Como no podías dejar de atender, ni mirar para otro sitio, la situación se complicaba. No sabías si reír o salir corriendo, y eso era tan inhabitual que la amabas o la odiabas. A la gente compleja no le van los términos medios, en eso se parecen a los cafés, que tienen muchas formas de hacerse, pero ninguna es exactamente igual a otra. El mundo necesita gente complicada, no los maten ni los anulen. No los aparten del trabajo ni los desprecien, no los marginen ni ejecuten, no los desprecien ni veten. La gente complicada ensancha nuestro mezquino traje, nuestro cerril casco, y abre una pequeña grieta en las orejeras y anteojeras que nos han plantado quienes nos tratan como burros.

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