‘Un país terrible’

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Así se titula la novela de Keith Gessen donde cuenta el regreso a Moscú para cuidar de su abuela, anciana, a finales de la primera década de este siglo. Hijo de emigrados a Norteamérica, su ascendencia rusa no le permite, sin embargo, introducirse en el país con naturalidad. La nación que se encuentra es violenta, alegal y precaria, pero sostenida a base de insuflar aliento nacionalista en sus ciudadanos. Los restos de la disciplina soviética se resumen en una cierta nostalgia de los servicios públicos y la tremenda sensación de que el capitalismo bajo política autoritaria ha permitido aflorar una élite impune. La novela es un reflejo personal de la vida en Rusia, que podría completarse con el ensayo que su hermana, Masha Gessen, publicó unos años atrás y que es afilado, preciso y muy esclarecedor. El futuro es historia. Rusia y el regreso del totalitarismo describe ya desde el título esa ambigüedad con la que el país entró en el nuevo siglo, con retrocesos de las libertades bañados en las aguas claras del capitalismo. Una vez más la ventajosa inconsistencia de aplicar la economía de mercado bajo regímenes autoritarios, un veneno que la buena carrera de China parece ir inoculando en otros lugares.

También el corresponsal de la revista The New Yorker en Moscú, Joshua Yaffa, ha publicado recientemente unos retratos de activistas rusos en la oposición al poder. Lo ha titulado Entre dos fuegos y aún no ha sido traducido en España, pero elabora un contundente repaso de cómo los valores de la verdad, la ambición y el compromiso se han envilecido bajo el paraguas del poder de Putin. Muchos de los personajes que estudia parten de posiciones de activismo y lucha opositora, pero, bajo las presiones del poder, su deriva ha sido sorprendente, y después de la persecución les ha llegado la calma, siempre y cuando hayan abrazado las causas nacionalistas que estimula la autoridad. Como sabemos, aquellos que no han aceptado ese compromiso en muchas ocasiones solo han encontrado la muerte, el envenenamiento, si no el camino del exilio y el silencio.

Pasado el tiempo resulta evidente que Estados Unidos interpretó de modo equivocado el desmembramiento de la Unión Soviética. La soberbia del triunfo tras la guerra fría resultó una humillación para muchos rusos. No hay que olvidar que ese país ha sido un imperio cultural que aún provoca asombro, poblado de escritores y artistas que durante dos siglos han representado la excelencia y la llama del talento frente a cualquier vicisitud. De esa yesca de autoestima herida, sin duda, prendió la carrera política de Vladímir Putin, que al día de hoy suma dos décadas en el poder. La política internacional, con sus equilibrios de fuerzas y la enorme corrosión que la economía ha causado en las ideas morales, ha permitido que las dictaduras no se sientan amenazadas. Si nos paramos a mirar los fenómenos como las primaveras árabes o los intentos de derrocamiento desde dentro de poderes atroces, nos encontramos casi siempre con la misma conclusión. Lo reaccionario vive su edad de oro. Nunca la intransigencia, el deterioro de las libertades y la persistencia en el autoritarismo han obtenido tantos beneficios.

El último capítulo contiene el intento de asesinato del opositor Navalny y la lucha opositora contra el fraude electoral en Bielorrusia, acallada con violencia y el apoyo explícito de Rusia a su dirigencia corrupta. Así se prolongan mandatos bajo una democracia de cartón piedra. El decorado se sostiene con elecciones y apariencias de corrección, pero el contenido es una dictadura cesarista. El mundo libre tiene demasiados problemas como para permitirse una escala de valores exigente y armónica. Quizá si se produce un relevo en la Casa Blanca lleguemos a conocer del todo las imbricaciones internacionales que llevaron a la derrota de Hillary Clinton y este extraño limbo en el que pervivimos, donde las democracias son atacadas por sus flancos débiles sin que nadie reaccione. Estamos en un apagón, maniatados y sentados en primera fila ante una película de terror y amedrentamiento en la que, como mucho, esperamos a aplaudir el valor de quien osa poner su vida en juego frente a un poder sin escrúpulos. Pero esto se trataba de crear ciudadanos libres, no mártires con teléfono móvil.

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