Cuánta frustración
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Hace unos días, un par de actores me contaron que habían incorporado un artículo escrito por mí en un espectáculo teatral que quería ser un repaso por el mundo en que vivimos. Como soy de los que reciben el halago con el entusiasmo que merece, de inmediato consideré a este par de actores dos cumbres de la inteligencia y los máximos representantes de la buena salud de su oficio. Poco después me paré a pensarlo y evidentemente rechacé la invitación a asistir a su representación. Pues en eso comparto con Groucho Marx la máxima de que no me gustaría ser miembro de un club que me admitiera a mí como miembro y si de algo no quiero ser espectador es de mí mismo. Para mi sorpresa, la actriz principal me contó que al finalizar de pronunciar mi texto, el público presente en la sala, separadito y amordazado por la mascarilla, irrumpió en un aplauso unánime. Alertado, corrí a buscar el artículo en concreto, pues no lo recordaba. Tengo la buena costumbre de olvidar el artículo que escribo en el momento mismo en que lo envío a redacción. De hecho, varias veces me ha ocurrido que los vigilantes de la publicación me han llamado alertados porque les he enviado el mismo de la semana anterior. En las raras ocasiones en que alguien me felicita en persona por un artículo pongo cara de póker, porque realmente no tengo ni idea de a qué pieza se refieren. Aun así, lo agradezco enormemente, ya digo, no soy de esos pervertidos que ante un elogio, piden dos.
Al releer el artículo entendí algo más de lo que había sucedido. Los aplausos no eran de admiración, eran de frustración. Claro, no era mérito mío. Mi monserga no consistía más que en una exigencia a las autoridades allá por el mes de julio para que prestaran más cuidado a la situación de la atención primaria. Les recomendaba que se dejaran de disputas y necedades en torno al virus, que no pusieran a la gente en la espera histérica de una vacuna, ni llamaran a normalizar lo que no puede ser de ninguna manera normal. Lo único que yo hacía era urgirles a que corrigieran casos tan habituales en las grandes ciudades españolas como que una pediatra tenga a su cargo mil niños. La representación tuvo lugar en Madrid y había que ponerse en la piel de los madrileños asistentes. Nunca el prestigio de Madrid ha estado tan hundido como en las últimas semanas. Han visto cómo, desde el verano, los repuntes de casos en Cataluña, Aragón y Andalucía eran tomados por las autoridades de Madrid a chacota. Su índice de rastreadores y sanitarios por persona era tan ínfimo que la prioridad de su gestión era ‘madrileñear’. Madrileñear consiste en acostarse tarde y sin la tarea hecha, pero confiando en que tu gracia y salero resolverán el problema al día siguiente. Pues bien, los madrileños que en julio padecieron mi artículo prudente y previsor, se encontraron en septiembre abochornados y heridos, bajo unos índices de contagio del virus dignos del tercer mundo.
Por eso aplaudían, supongo. Hartos y frustrados. Porque piensan que si ellos mismos y un articulista de cuarta habían sido capaces de predecir lo que iba a ocurrir, la tarea de las autoridades quedaba en evidencia. La crisis sanitaria madrileña es un ejemplo de cómo hacer politiquería con la salud es nefasto. No ha habido un día desde marzo pasado en que los médicos y profesionales de la salud de la capital no hayan advertido sobre la masificación de la atención primaria y su precariedad. Un día tras otro, insistían en que se necesitaba incorporar personal, racionalizar la asistencia y evitar las colas y el abandono. Sin embargo, el dinero se destinaba a caprichos de empresas privadas. Mi artículo alertaba sobre la capacidad de los malos gobernantes para convertir lo complicado en imposible. Con el coronavirus nos ha pasado. Y no es para festejarlo ni para que cada cual elija su bando político y culpe al de enfrente de todos los males. No, se trata de abrir paso a la inteligencia allá donde se topa con mediocridad, oportunismo y bloqueo. Nunca fue tan evidente que necesitamos conocimiento y talento al mando de las máquinas.