Gritan ‘libertad’ y agitan el dinero

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Varias veces en lo más duro del confinamiento de la pasada primavera por la crisis sanitaria corregí a amigos en la conversación cuando definían nuestro estado como ausencia de libertad. La prevención de permanecer en los hogares, aunque inédita, se expresaba por unas claras medidas de alivio de sobrecarga en las urgencias de los hospitales. La falta de libertad de movimientos no se puede confundir con la falta de libertad. Son esas exageraciones solemnes que llevan a la gente a llamar ‘guerra’ a lo que es una pequeña discusión, ‘catástrofe’ a sus molestias y ‘tsunami’ a una manifestación. Seamos serios. Las palabras hermosas se inventaron para ideas esenciales. No se puede llamar ‘flor’ a un churro y, sin embargo, llamamos ‘libertad’ a nuestra conveniencia, a nuestra comodidad, a nuestra inclinación, a nuestra pereza. La palabra ‘libertad’ tendría mucha gente a la que acusar de apropiación indebida.

Es habitual escuchar a políticos hablar de la libertad de los padres para elegir colegio para sus hijos. Es evidente que se refieren a la libertad de los padres con dinero, pues esa libertad no está al alcance de las personas sin renta suficiente. Lo mismo sucede con los servicios sanitarios, cuando se habla de la libertad para elegir médico: en realidad se coloca el dinero como el valor capaz de comprar esa libertad. Para muchos de nosotros, la mejor finalidad del Estado es preservar la libertad de los ciudadanos. Todas las políticas de coerción y redistribución deben estar encaminadas a la mejora de ese estado en el que las personas disfrutan de un margen amplio de libertades. Es en el ámbito privado donde las leyes pintan bastante poco, pues a lo único que deben referirse es a garantizar que cada cual pueda hacer lo que quiera, siempre y cuando no perjudique a los demás con sus decisiones. En muchos sitios del mundo, han comenzado movimientos para reivindicar el fin de las medidas de prevención sanitaria. Antes gritaban por lo contrario. Ojalá esa misma defensa de la libertad se aplicara en tantos y tantos casos con los que nos enfrentamos a diario, desde las que afectan a la libre expresión, al libre disfrute de los espacios públicos, al libre goce de una vivienda y hasta a la libre circulación de las personas, cuyo nivel económico determina su grado de movilidad permitida por las autoridades.

La dichosa libertad no se pierde por medidas sanitarias de prevención. Sería tan grosero como decir que he perdido la libertad porque hay calles peatonales. O porque me obligan a que el tubo de escape de mi coche cumpla unos mínimos ecológicos. O porque en mi pueblo hay una procesión al santo patrono y yo soy ateo. El que mejor ha expresado la aberrante diferencia entre ser rico y ser pobre ha vuelto a ser el presidente Trump cuando, recién salido de su cura urgente del coronavirus, le ha dicho a su pueblo que no le tema al contagio, que continúen con su vida normal. Sí, claro, con 26 médicos a su disposición en la Casa Blanca es fácil decirlo. He ahí de nuevo la libertad de elegir tratamiento, de elegir actitud, de elegir discurso. Pero no sé yo si los miles de norteamericanos pobres que han muerto por la pandemia hubieran clamado, si se los hubiera escuchado, por tener la libertad de ir al hospital en helicóptero, ser tratados por la élite médica y vigilados por una legión de sanitarios, en lugar de terminar en camionetas refrigeradas a la espera de un sitio donde ser enterrados. La doble velocidad sanitaria, como sucede con la doble velocidad educativa, es un problema esencialmente de libertad. Pero entendida exactamente al contrario de como se reclama. La libertad consiste en que todos los alumnos, y más en un tiempo en que las conexiones tecnológicas de la familia y su renta se han convertido en el colmo de la desigualdad, gocen de las mismas posibilidades de aprendizaje. El resto es charlatanería. Y me temo que en torno a la palabra ‘libertad’ se ha levantado una enredadera de intereses que ya no dejan ver el tronco de ese formidable rosal, el más hermoso con el que cuenta un ser humano en su jardín privado.

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