Visas doradas, futuro negro
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
A menudo, cuando surge la discusión sobre asuntos migratorios, basta escuchar los primeros razonamientos para entender en qué consisten los miedos más arraigados. El miedo es un agente que se inocula en la cabeza de las personas de manera misteriosa. Sorprende, por ejemplo, que en países que no tienen apenas presión migratoria algunas acciones políticas han logrado el propósito de convertir la presencia de inmigrantes en una de las mayores preocupaciones de sus ciudadanos. Si uno compara los grados de llegada de extranjeros en países como Francia o Alemania, resulta llamativo que sean más razonables en la expresión de sus políticas migratorias que lugares como Polonia o Hungría. Pero a estas alturas, y en España lo sabemos bien, agitar los miedos se convierte en una garantía de éxito electoral. Es natural que, ante la presencia incontrolada de emigrantes, la población local tenga prevención. Lo contrario sería una rareza psicológica. Sucede en nuestra comunidad de vecinos: ante la llegada de un inquilino del que no tenemos referencias, nos dejaremos guiar por su aspecto, su forma de hablar, su entorno familiar y su comportamiento inicial en los lugares comunes de paso. Pero, como nos enseña la vida de manera a veces dolorosa, hay dos clases de prejuicios, los razonables y los supersticiosos. La mayoría de las veces, los golpes los recibimos por parte de quien no lo esperábamos.
Lo que los europeos no quieren entender es que la mayoría de la inmigración no llega por sus pasos fronterizos de manera ilegal, sino que lo hace de manera convencional, sin gran trauma. Eso sí, dividiendo de manera radical a los ricos de los pobres. Hace tiempo que las autoridades europeas se plantean limitar la entrega de pasaportes de la UE por parte de países que premian a los ricos. Se ha detectado una saturación del pasaporte comprado, también llamado ‘visa de oro’, en lugares como Malta y Chipre. A partir de adquirir la nacionalidad al invertir en el país, los poseedores de pasaporte gozan automáticamente de la libre circulación en los 27 estados que conforman la Unión Europea. Uno solo de estos pequeños países ha vendido la nacionalidad europea a más visitantes que Francia o Alemania juntas en los últimos años de los que se tienen datos. A raíz del examen de italiano a una figura del fútbol, hemos recuperado de nuevo la sensación de coladero para ricos que durante años significó la italianidad para obtener la nacionalidad europea. España no está lejos de esto, pues ofrece privilegios a determinadas personas. Los únicos razonables son aquellos basados en un buen motivo, como la nacionalidad para nietos y descendientes de españoles o sefardíes. En todo el resto de los casos legales, el proceso casi siempre es caro, laborioso y necesita de la intermediación de despachos de abogados, por lo que la obtención de la nacionalidad española termina por ser un asunto de dinero.
Nuestro país, por supuesto, también ofrece el pasaporte dorado a quienes realizan inversiones y compras de inmuebles. Estas nacionalizaciones, que acaban de ser prohibidas en Chipre tras un escándalo revelado por los medios, no causan escándalo a esos voceros desaforados que claman contra el proceso migratorio. Todo lo contrario. Sin embargo, están en la base de mucha de la corrupción que golpea nuestra zona de costa y la integración de bandas mafiosas en las estructuras de mercadeo de drogas y prostitución en nuestro país. Muchas de estas nacionalidades adquiridas recaen en personas de avanzada edad, cuyo uso de nuestras estructuras sanitarias y de protección será mucho más habitual y abusivo que el que hacen los jóvenes subsaharianos. Pero de lo que se trata es de mentir interesadamente, de fabricar unas situaciones de pánico generalizado que contribuyan a los intereses de algunas agrupaciones, que a falta de argumentos de solidez en lo económico, lo social y lo laboral se dedican a recolectar votos por la mera mención de la invasión extranjera. Deberían más bien decir ‘la invasión de los pobres’, pues lo que es evidente es que transmiten pavor ante las personas que llegan sin recursos y, sin embargo, nos obligan a ser confianzudos y sumisos frente a los que llegan con dinero en el bolsillo, aunque sea dinero en muchas ocasiones obtenido del expolio de sus países o el blanqueo criminal. Seguimos empeñados en ver el futuro negro, sin prestar atención a la ceguera que causan ciertos reflejos dorados a la hora de disfrutar de una visión decente y equilibrada del presente.