Ya no miro por encima de la cresta a las gallinas
Ya no miro por encima de la cresta a las gallinas
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Hace muchos años, en la escuela, los alumnos percibíamos el tufo de los proselitismos a distancia. Los prosélitos son aquellos partidarios que alguien se gana para una facción o doctrina. Nosotros huíamos de esa sensación porque no queríamos asomarnos a la vida desde la parcialidad, desde el engaño interesado, desde una afinidad ciega. Es cierto que caíamos, como casi todo el mundo, en el extremo opuesto, el amor apasionado hacia algo, la militancia extrema, pero si detectábamos que alguien quería convencernos, cazarnos, atraparnos, huíamos como conejos que escapan a la trampa. Luego, cuando nos hicimos adultos, ya nos resultó más complicado, pero aún nos suena la alarma si alguien pretende convertirte o definirte de manera excesivamente fácil. Quizá por todo ello, cuando comenzaron los clubes del cliente y las tarjetas de fidelización a los comercios, tuve la sensación de que alguien quería convertirnos en feligreses de las nuevas iglesias. Recordé entonces la resistencia juvenil y me resistí todo lo que pude a ese modelo de negocio. Las técnicas para atrapar clientes se desarrollan un pasito por delante de las tácticas de esos mismos clientes para huir. Todas las veces que han querido fidelizarme he recuperado el recuerdo del niño que quería huir de todas las iglesias, de todos los lugares que te definen por la mera pertenencia, de todos los cazadores de voluntades.
Con el advenimiento de la nueva religión del big data, encuentro que hay muchas personas que se dejan engatusar por la predicción de sus intereses. Conocer nuestros gustos no requiere un sistema demasiado sofisticado. Yo mismo, cuando entro en alguna librería virtual, percibo cómo me ofrecen mis propios libros como un guiño irónico. Pero lo cierto es que a veces los sitúan al lado de piezas que no solo me son ajenas, sino intrigantemente alejadas de mis intereses. Es ahí cuando el algoritmo me resulta no ya tan solo bobo, sino insultante. La fidelización consiste en la ventaja de no moverte de un lugar, es una forma de pertenencia en un tiempo de soledad. Pero esa ventaja, por más que se pinte con ofertas y rebajas, es siempre un engaño a nuestro espíritu libre. Hace semanas, fui a comprar por error a un supermercado mucho más caro que el habitual de mi barrio. En la caja, al pagar, comprobé con horror cómo el precio se disparaba con respecto a mi compra habitual. Pero la cajera, en un gesto memorizado, acabó por tenderme un vale de veinte euros para venir a gastarlo a partir del día siguiente. A la salida, se lo entregué a un mendigo junto a alguna moneda y deseé que hiciera buena compra con lo que para mí solo era un anzuelo terrible. Las personas, cuando nos percibimos pescados, tendemos a boquear y asfixiarnos, exactamente igual que les sucede a los peces. No en vano fuimos seres de agua antes que nada.
Estoy habituado a que me obliguen a consumir bajo tarifas planas. Pagas una mensualidad y puedes disfrutar de todo lo que te ofrece esa plataforma. Pero, a menudo, esa plataforma no me ofrece más que una o dos cosas al mes que me interesan. Sin embargo, como la estoy pagando, me siento obligado a ver lo que no quiero ver. Y querría escapar y obligarme a elegir lo que consumo, comprar las piezas sueltas y no tener que toparme con esa barrera de alambre que me recuerda mucho a las fronteras de un gallinero. Todas las gallinas que he conocido, por bobas que fueran, siempre miraban con anhelo lo que había al otro lado de su alambrada. Los humanos no lo hacemos y, sin embargo, solemos mirar por encima de la cresta a las gallinas. Una vez un amigo me llevó a un restaurante donde podíamos comer sin límite de cantidad. A los cinco minutos echábamos de menos elegir. No acababa de despertarse en nosotros esa felicidad que invadía a los clientes en el buffet del hotel, cuando arramblaban con los huevos duros, las salchichas baratas y los hilos de zanahoria como si les hubieran satisfecho algún deseo íntimo. Al humano contemporáneo le falta recordar la lección del pez: sospecha de cualquier cebo demasiado luminoso y fácil.