A ver quién tiene el PIB más grande
A ver quién tiene el PIB más grande
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
En el proceso de infantilización de la sociedad, derivado del abuso de los parámetros deportivos para medir todas las cosas de la vida, parece que insistimos en equivocarnos. Lo vemos durante la crisis sanitaria, en la que los balances de muertos diarios acabaron por convertirse en una rara forma de competición, donde nos medíamos con los demás países sin atender a ningún otro criterio. Esta equivocación irracional por la cual siempre elegimos el modo más inapropiado para establecer cualquier conclusión no es solo un producto de la prisa o la alarma. Es la tónica general. Si uno se equivoca al tomar la medida de un mueble que quiere comprar, no es raro que no le quepa luego en el salón. Algo así nos pasa. En ocasiones, uno tiene la sensación de que pretendemos medir, por poner un ejemplo, la felicidad de una familia por el tamaño de la pantalla de su televisor. Es exactamente lo que nos sucede cuando incorporamos el resultado del producto interior bruto como el medidor adecuado para jerarquizar los países.
Hace muchos años le escuché a buen profesor decir que, para él, había alumnos con un cinco pelado que merecían mucha más alabanza que algunos otros con un diez. Entonces nos hizo reír, con el tiempo he sabido a qué se refería. Cuando estallaron las costuras de nuestro sistema sanitario, caímos en la cuenta de que no estábamos preparados para afrontar un desastre contagioso como el del coronavirus. Por más que le demos vueltas, la falta de profesionales sanitarios, la carencia de camas hospitalarias, el déficit de aparatos necesarios, la inexistencia de materiales de protección, la absoluta falta de previsión y la incapacidad industrial de urgencia delataron que nuestro país podría presumir en otros balances, pero no en el que en ese momento significaba salvar vidas. De ahí la catástrofe que nos sobrevino. Hace mucho tiempo que se reclama que el cálculo del PIB no se coma otros balances para indicar la potencia de un país. Necesitamos que la medida del bienestar responda a otros factores más allá que al buen balance económico. De hecho, en ocasiones ese medidor oculta la fragmentación poblacional, las desigualdades manifiestas y los agujeros sociales.
Cuando llegan las campañas electorales, nuestros políticos demuestran que con los datos y balances se pueden fingir todas las caricaturas posibles. La de la buena gestión y la del desastre contable. Algunos, los más incapaces, hasta sacan en los debates cartulinas y gráficos, para demostrar que sus medias verdades se asientan sobre datos científicos. Bastó comprobar la situación de la salud pública en algunas de nuestras autonomías más ricas frente al estado de la misma cuestión en Alemania o Francia para darnos cuenta de que nos engañaban en nuestra pretensión de paridad. Estábamos muy lejos de las posiciones óptimas. De ahí que la perseverancia en medir mal la buena salud de una nación conduzca a dramas evitables.
Desde la incorporación al euro, con aquellas trampas que los países del sur de Europa estuvimos pagando durante años, nos dejamos convencer de que los balances económicos lo decían todo de nosotros. Quedaron atrás esos tiempos en que Estados Unidos era avergonzado cada año cuando Cuba, por ejemplo, mostraba que sus índices de mortalidad infantil y alfabetización eran mejores que los del gran imperio. Estas rarezas dejaron de tener presencia y valor, pero ayudaban a medir con más criterio la fortaleza de los países. Si dejamos de lado los medidores educativos, sanitarios, de accesibilidad del transporte y de autonomía artística y cultural, es normal que nos presentemos a la carrera por el progreso con las dos manos atadas y un pie cortado. Durante demasiado tiempo, nuestro balance contable venía demasiado engordado por el sol y el buen clima, la mano ancha para la sangría y el pincho de tortilla, y sobre todo el ladrillo, el bendito ladrillo, que algunos confunden con la salud industrial. Era de esperar, pues, que en la primera curva cerrada del circuito nos estrelláramos contra los salvabarreras, cegados por la estupidez y el autoengaño. Como dijo un poeta, detrás del radiante PIB solo había un niño andrajoso. La reconstrucción nos apela a llenar los agujeros con verdadero sentido de Estado.