Una tarde con Mastroianni

Pau Arenós

Una tarde con Mastroianni

PALABRERÍA

Temerario. Tuve el privilegio de conocer a Marcello Mastroianni gracias a Jordi Estadella. Mastroianni acababa de cumplir los 70, Estadella tenía 46 y yo, 28. La circunstancia fue extraña, la razón también. Conocía poco a Estadella, lo había entrevistado un verano en su casa de Esplugues, pero conectamos bien, tal vez porque admirábamos a Manuel Vázquez Montalbán y la comida era para nosotros algo más que meterse cosas por la boca. La mesa une a la manera de los clubs secretos o las hermandades, aunque de forma pública y sin capucha ni esoterismo, aunque sí con rituales de sangre. Era octubre de 1994 y Estadella estrenaba el programa Esto no es lo que parece, en La 2 de TVE. Lo que voy a contar me parece absurdo ahora y me pareció temerario entonces: me ofreció ser subdirector del espacio. No tenía ninguna experiencia en lo audiovisual, aunque llevaba una década publicando en diarios y ya formaba parte de la redacción de El Periódico. Me honró, claro, y me aterró.

Atemporal. El primer invitado fue Mastroianni: desconozco cómo se negoció aquello, pero resultó ser una primicia. El actor cobró, pero supongo que otros ya le habrían ofrecido dinero antes. Según dijo Estadella, nunca lo habían entrevistado en una tele española. Recuerdo vagamente alguna reunión con Jordi para hablar sobre el programa: con total honestidad digo que no sé si participé mucho o nada (me inclino por lo segundo). Para escribir esta página, he vuelto a ver la primera emisión (13 de octubre de 1994) y me sorprenden varias cosas. El tono de la conversación: pausado, atemporal, relajante. El motivo: ninguno. No había nada relacionado con la actualidad que sirviera como excusa. Estaba allí porque alguien lo había convencido y porque le había dado un montón de liras. Mastroianni fumaba en el plató, acabó un cigarrillo y prendió otro: incluso antes de que apareciera en pantalla ya se veía el humo. Combinaba el italiano con el itañol y escucharlo era una forma de hipnosis consciente. Qué placer la expresividad tranquila. Era otra tele, era otro estilo: se permitía hablar.

Vedetismo. En el camerino de L’Hospitalet, en Barcelona, hacía tanto frío que hasta se les helaban los bigotes a las morsas. Como futurible subdirector tuve que repasar la entrevista con el actor antes de grabar para que no hubiera datos equivocados. Fue divertido y exagerado alla italiana, alzaba los brazos y gesticulaba consciente de ser Mastroianni, aunque sin el vedetismo de las estrellas al uso. «Latin lover, latin lover. ¡Si he hecho de impotente!». «Me conservo bien gracias al whisky, el tabaco, la comida y las mujeres». «Ah, si tuviera veinte años menos, aunque con dos también me conformaría». Murió, precisamente, dos años después y las manos le temblaban como si ya no hubiera una vida a la que agarrarse. Aún estrenó cinco películas; entre ellas, Sostiene Pereira, cuya incorporación al rodaje anunció ese día. ¿Parecía un hombre enfermo, a excepción de las manos agitadas? No. Devoraba los canapés de salmón del modo ansioso y terminante con el que comen los que nacieron con el hambre.

Maza. Al acabar, cuando las luces se apagaron, le dijo a Estadella que se iba a comprar un jamón: «Yo quiero un auténtico pata negra». Nunca supimos si lo hizo. Pudiera ser: en aquellos años era posible subir a la cabina de un avión con cualquier cosa. Quiero imaginar la escena de comedia, con Mastroianni cargando con el pernil, atribulado, golpeando pasajeros sin querer con la maza mientras avanzaba por el pasillo. La pata como arma y como deseo.

Ganancia. Le dije a Estadella que gracias, pero que no estaba preparado para subdirigir Esto no es lo que parece. Nunca más hablamos del asunto. Al revisar el programa el otro día, vi que no aparecía en los créditos. No tendría por qué. Sin embargo, sí que hubo ganancia: pasé una tarde entretenida con Mastroianni, lo que no es poco. Ya todo es antiguo y ya todo ha sido olvidado. Como Marcello Mastroianni. Como los canapés de salmón.

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