La deshumanización
La deshumanización
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Le sorprendió escuchar varios comentarios de futbolistas profesionales y entrenadores en torno a un mismo tema. La frustración que les producía verse explotados por un sistema que multiplica los partidos y los torneos sin conceder ninguna importancia a la resistencia física de los profesionales. En mitad de una pandemia mundial, el fútbol parece resistirse a la verdad de un tiempo complicado. El negocio se sitúa por encima de todo y pese a que la ristra de grandes jugadores lesionados y en baja forma no deja de crecer, hay algo de deseo de exprimir la gallina de los huevos de oro sin concederle la menor tregua. No es habitual que profesionales tan bien pagados se atrevan a mostrar la complejidad de su oficio en los medios. Todos ellos saben que el precio a pagar por opinar con libertad suele ser el castigo público, pues se los considera privilegiados sin derecho a poner pegas a su explotación comercial. De ahí que el valor de sus afirmaciones sea doble, por más que vayan a ser ignoradas por los altos estamentos de ese deporte. Pese a que no entiendo apenas nada de fútbol, infiero que en esa impotencia hay algo que sacude también a diversos sectores profesionales. La búsqueda de los rendimientos inmediatos, la asimilación por parte de la sociedad de negocios que están basados en la precariedad laboral o la falta de implicación total con los empleados han destrozado la relación emocional entre empleador y trabajador.
Hace poco leía la increíble historia de las máquinas de coser Singer. Su éxito técnico, que invadió las casas de todo el mundo con un aparato que fue un clásico, iba acompañado por unas condiciones laborales de sus trabajadores que, para la escala de aquellos tiempos, podríamos llamar ejemplar. Implicación, cuidado, dedicación, protección, conceptos que han sido eliminados del lenguaje del dinero. Es entendible que ya no pueda producirse la misma identificación de un trabajador con su empresa que se daba hace cien o cincuenta años. Pero el lugar en el que estamos ahora, con el triunfo de la ‘uberización’ del empleo, es posible que sea el retroceso más brutal en términos de psicología del trabajo jamás vivido. Esta deshumanización afecta al resto de los ámbitos de la vida. Resulta extraño que haya quienes sostengan que la atención primaria médica o la escolarización de los niños, el ocio y la convivencia se puedan hacer de manera telemática, sin estudiar las consecuencias de la falta de un contacto físico, personal. Y así con todas las relaciones, desde las familiares con sus ancianos hasta las emocionales y sexuales, depositadas en aplicaciones y contenedores utilitaristas.
Semanas atrás, mientras veíamos una serie de esas que emiten las plataformas, un amigo me hizo ver algo obvio. Eran todas idénticas, diseñadas por un mismo patrón de fabricación de las intrigas. En cierto modo, de tan copiadas que parecían estar unas de otras, podría inferirse que las escribía un algoritmo sin alma. Uno echa de menos la creatividad personal, el riesgo de apostar por una visión particular. Las contadas excepciones en que se produce brillan por comparación frente a la tiranía de las imposiciones y las fórmulas. Al fin y al cabo, lo emocionante de cualquier actividad es que contenga una dosis importante de imprevisibilidad, de defecto, de valentía. Es precisamente la posibilidad de equivocarte, de andar por un camino nunca antes recorrido, lo que motiva a las personas. Uno se topa a diario con demasiadas personas que denuncian haber perdido el entusiasmo y la motivación por la labor que hacen, vencidos por una rígida interpretación de lo que es el éxito y la productividad. Así, los políticos repiten mantras redactados por un publicitario sin ideología, pero también los futbolistas mecanizan en exceso su labor, con el resultado de que el espectador apenas puede apreciar el destello de la inteligencia libre o la inventiva. Seguramente cada práctica profesional ofrecerá miles de matices en esta dirección, pero conviene no perder de vista este proceso de deshumanización de las labores diarias. Puede que la pandemia haya acelerado el defecto, pero ser conscientes de ello nos hará ser más receptivos ante las demostraciones de ingenio y libertad, sepultadas bajo el aparataje de la consecución de objetivos puramente comerciales.