Año nuevo, viejo periodismo

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Es necesario, en cada cambio de año, denunciar en voz alta la situación de terror que rodea a la labor de periodistas en todo el mundo. Los datos son demoledores. No solo no avanzamos en la protección del derecho a la información, sino que cada vez es más habitual escuchar los relatos de crímenes impunes. Ni tan siquiera las democracias están libres de episodios de amenazas y tramas criminales para acabar con la vida de periodistas. En la propia Unión Europea aún no se han resuelto casos que son una afrenta. En el mes de diciembre, Irán nos regaló una noticia estremecedora. La ejecución de Ruhollah Zam, un periodista opositor refugiado en Francia a quien la Guardia Revolucionaria logró capturar el año pasado con una operación de engaño. Era director de la cadena contrarrevolucionaria Amadnews y fue ahorcado en una mañana siniestra. Había sido condenado a muerte el pasado junio bajo la acusación de fomentar la violencia durante las protestas populares de hace tres años. Para los regímenes dictatoriales, toda información crítica es tildada de antipatriótica o de incitación a la violencia. Por ahí nos viene la pista de lo que les resulta tan peligroso del periodismo.

En México, donde los asesinatos de periodistas tiñen la convivencia, se cruzan los intereses mafiosos en esas acciones. Sucede en otros muchos lugares donde la criminalidad ha crecido de manera tan desmesurada que las organizaciones actúan como estados totalitarios. Cada presencia que va en contra de los intereses comerciales es ejecutada de manera salvaje. De Rusia a Bielorrusia, hasta Venezuela y China, las noticias han sido malas durante todo el año para la práctica del periodismo libre. En nuestras democracias estamos acostumbrados a las presiones políticas, a sentir el aliento de quienes pretenden que no ejerzas tu crítica, desde embajadores hasta grupos de presión que se movilizan para amedrentar y condicionar el trabajo periodístico, pero la pandemia ha justificado limitaciones intolerables. Eso no nos debería hacer relajar la defensa del oficio. Sobre todo porque han surgido intereses cruzados que se dedican a desprestigiar la profesión. Es un oficio acostumbrado a ser mirado con lupa, pues también entre sus integrantes hay muchos intereses cruzados. Esto es algo que resulta problemático para muchos ciudadanos que no entienden que la pluralidad de medios es la única garantía con la que pueden contar. Los jóvenes muestran una preocupante tendencia a exigir que los medios de comunicación sean angelitos de la caridad que se mueven en la pureza virginal.

Desde las redes sociales, dominadas por multinacionales acaparadoras, hay una propensión desatada por apartar a los medios de la comunicación ciudadana. Les venden una higiene aparente, un desinterés en su gratuidad que es muy engañoso. Es una forma de asesinato lento y profiláctico de la profesión periodística. Se ha venido a unir a esos arrebatos del populismo político que siempre señalan los intereses de la prensa como un pecado original. Es precisamente ese análisis infantil de la democracia, desde parámetros de una pureza inalcanzable, lo que más daña a la labor periodística. Nadie dijo que fuera fácil ni en algunos momentos limpia la actividad de desvelar los tejemanejes de tantos representantes del poder. El periodismo se nutre de filtraciones, inquinas, intereses y opiniones. No es una actividad que pueda ejercerse en olor de santidad. A veces he comparado su necesaria presencia con esas escobillas del váter que cumplen una función fundamental, pero que nadie va exhibiendo con orgullo al entrar en casa. Así funciona el periodismo con la libertad. Es quizá su rama más controvertida, pero también la más necesaria. Sin prensa libre, no hay aspiración posible a la libertad. Y ese es el camino que andamos recorriendo en un retroceso paulatino de nuestros derechos. Aún hoy, los canales públicos nacionales siguen siendo necesarios para garantizar el derecho a la información, pese a la terca tendencia por someterlos. Quizá, cuando lloramos un asesinato de periodistas, no somos capaces de ver la brumosa corriente de opinión en su contra que ampara estos crímenes. Detrás del veto, del insulto, de la descalificación o el señalamiento de cualquier profesional está esa ansia de acallarlo que en algunos rincones del mundo aún se concreta en el asesinato impune o la ejecución estatal.

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