El milagro de Ángela
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Sucedió de manera imprevista. En una de esas constantes reactualizaciones de pantalla que son las que presiden nuestras caóticas relaciones con la información, apareció la noticia de que la Academia de Cine concedería el Goya de Honor a la actriz Ángela Molina y se desató el milagro. De pronto, ocupó un espacio central una persona admirada, querida, respetada. No solo nadie se oponía al premio ni rebuscaba en el pasado alguna filia inconfesable o alguna pifia que rescatar, sino que se festejaba desde todos los ámbitos, incluido el de los compañeros de trabajo. Habría que explicar el milagro de Ángela, porque hay muchos jóvenes que ahora aspiran a una carrera en la interpretación y quizá no se han expuesto nunca a una trayectoria como esa. Ángela lo tenía todo en contra. Surgió como una joven bella y sin labrar, hija de un mito nacional, el cantante Antonio Molina. Pero, en lugar de pesarle el apellido, lo ha lucido con orgullo y contribuyó a levantarlo como saga. Sus primeras apariciones en cine no eran las de una actriz precisa y de gran técnica. Recuerdo que durante mi infancia todas las críticas contra Ángela insistían en decir que no se le entendía cuando hablaba y desmerecer su espontaneidad. Pero bastaba mirarla un rato para entender que lucía una categoría especial, reservada a unos pocos de los que se ponen delante de la cámara: la autenticidad. Por supuesto que no le llovieron premios, pero jamás tuvo un bache de resentimiento ni de sentirse agraviada. No solo eso, sino que grabó un disco y cantó con Moustaki, que en otra carrera podrían haber significado un desvío final, pero la suya lo resistió.
Ángela Molina atravesó esos años difíciles cuando pasas de ser una de las mujeres más bellas que ha dado nuestro cine a una presencia familiar, demasiado conocida para resultar novedosa. No olvidemos que la novedad es siempre un valor que cotiza alto. Tuvo ofertas en el extranjero, crio a sus hijos y, cuando las evidencias cayeron por su propio peso, regresó a la producción nacional con la categoría mejorada. Había pasado a ser una presencia cinco jotas. Añadía, a su belleza natural, el acierto de no haber confiado en cirujanos plásticos ni tropezado con engaños a la edad. Le grita a la gente que tiene 65 años sin tinte ni medias tintas. De tanto ser ella misma, no quedaba otro remedio que celebrarla por lo que era y esa celebración es la que se alza como un milagro. Ha sido generosa con sus compañeros y la antítesis del trepa, se ha guiado por el olfato y la amistad más que por la chequera. La última vez que coincidimos fue en una muestra de cine en Roma y su único empeño era alejarse de los actos oficiales y refugiarnos en una trattoria a charlar en familia. Por supuesto, la cena fue memorable. Lejos del cartón piedra y la boba alfombra roja, está el oficio.
Su carrera tuvo un arranque peculiar. Luis Buñuel despidió a Maria Schneider por incompatibilidad de caracteres al comienzo del rodaje de Ese oscuro objeto de deseo. Para no contradecir la propuesta de su productor, Serge Silberman, que se inclinaba por sustituirla por Carol Bouquet, Buñuel decidió que el mismo personaje lo interpretaran dos actrices. Así, Bouquet y Ángela compartieron el papel y se hicieron amigas. Buñuel protegió a su paisana con cariño, la arropó literalmente y la lanzó a un estrellato internacional que ella agradece con recuerdos emocionados y mucha precisión para contradecir los tópicos que rodean a nuestro cineasta más aragonés. La corriente de simpatía que desprende Ángela a su paso tiene respuesta en el cariño de la gente, que percibe que hay algo dentro de ella que no anda en guerra con el mundo. Ahora que hay tantos gurús de la autoayuda y coaches de la ambición carrerista, conviene fijarse en modelos de lo contrario porque sus resultados asombran. La autenticidad de Ángela es una asignatura que no se imparte en las escuelas de arte escénico, tiene más que ver con aceptarse y trabajar por lo que anhelas y no por lo que te dicen que tienes que anhelar. Es un milagro, sí, pero un milagro muy humano.