‘Mank’ o la imposibilidad de retratar el talento
‘Mank’ o la imposibilidad de retratar el talento
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Un amigo que trató con mucha cercanía a Orson Welles durante los años en que frecuentaba España siempre cuenta la pasión que sentía por Los payasos de la tele. Era habitual que, al consultar la hora en su reloj, saliera corriendo hacia casa para sentarse frente al televisor y ver el programa de Gaby, Fofó y Miliki, tan popular durante décadas. Uno se imagina el enorme vozarrón de Orson Welles chillando la respuesta a la pregunta clásica de los payasos al salir a escena: «¿Cómo están ustedes?». Es habitual que a la mitomanía no le cuadren estas salidas de foco de los genios fabricados, pero la verdad es así, tan compleja como permiten los límites. Entre los muchos desastres que contuvo la carrera cinematográfica de Orson Welles, se puede sumar ahora la visión que ofrece de él la película de David Fincher que cuenta el proceso de escritura de guion de Ciudadano Kane. Mank toma partido por la versión de la crítica Pauline Kael, que sostenía que la autoría del guionista Herman Mankiewicz había quedado oculta tras la figura mítica de Welles. Como sucede siempre, la verdad es mucho más matizable.
No hay nada más difícil que retratar el talento durante el trabajo. Cada vez que uno ve esas escenas donde alguien pinta inspirado, esculpe entregado o escribe arrebatado entran ganas de echarse a reír. Porque todos estos oficios tienen más de oficinismo y esfuerzo físico que de mitificada inspiración. Aún más difícil retratar a Herman Manckiewicz. Tras una carrera destacada como crítico en Nueva York, fue a parar a los estudios de Hollywood. Allí era famoso por su afición al juego, sus borracheras y su implacable sentido del humor. No hay contemporáneo que no lo retrate como un hombre de un talento afilado, pero malgastado en bromas de cafetería, frases ingeniosas y humor hiriente. El problema de llevar ese virtuoso ejercicio de brillantez improvisada a la pantalla es que hubiera merecido un actor como Groucho Marx o W. C. Fields para representarlo. Gary Oldman es un actor dotadísimo, pero si de algo carece es de esa punta de vitriolo eléctrico, lo cual termina por hacer del personaje un cansino y pomposo petulante. Flaco favor al hombre que para Scott Fitzgerald o Ben Hecht encarnaba el desperdicio de talento propiciado por la industria hollywoodiense.
Fue precisamente Ben Hecht el que recibió en 1925 el famoso telegrama de Manky, como él lo llamaba, para enrolarlo como guionista en la Paramount. «Cuatrocientos dólares a la semana y tus únicos rivales son idiotas». Por entonces el cine era mudo, los guiones no solían ocupar más de quince páginas de ideas esbozadas para poner escena y diálogos en cartones estáticos. A Hecht no le costó demasiado incorporar su sabiduría de reportero criminal en Chicago, pues entregó a Von Sternberg el guion para Underworld. Con ella se abrió el género de las películas de gánsteres, que el propio Hecht amplió al comienzo del sonoro escribiendo Scarface para Hawks. Es evidente que Welles necesitaba el ingenio de Mank para levantar su primera película. Él carecía de ese conocimiento del entresijo del poder y sus agujeros emocionales. Pero convertir a Welles en un parásito ventajista reduce la verdad a una caricatura. Las personas con tantos dobleces se salen de las estrechuras del relato de buenos y malos. A Mank su alcoholismo lo convirtió en una sombra de sí mismo, un patán poco productivo, aunque brillante. Lo que molestó a Mank en relación con Ciudadano Kane es que la figura de Welles fuera engrandecida en la prensa como el autor total. Pero esa es más la culpa de un mundo periodístico incapaz de narrar la realidad con todos sus matices. También había participado en películas de los hermanos Marx y, para muchos, las genialidades de Groucho le salían espontáneamente y no del trabajo de los escritores en cada línea. Para Welles, lo peor de Mank fue el empeño en reducir una biografía a la interpretación freudiana barata del incidente de infancia. Ese síndrome Rosebud dura aún hoy y destroza la mayoría de biografías y biopics que vemos, ese empeño por encontrar el trineo que todo lo explica. Pero por volver a la película de Fincher, su mayor fracaso consiste en certificar que el talento creativo es imposible de retratar.