Jean-Pierre Bacri, actor
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
El actor francés Jean-Pierre Bacri se murió con la misma discreción con la que trepó, a través de una cincuentena de películas, a la cima de ser el mejor intérprete de Europa. Este no es un título que se conceda fácilmente, pues el continente posee, para su suerte, muchas más escuelas actorales que cualquier otro rincón del arte. La maravillosa riqueza de poder conjugar los hábitos rituales del teatro del norte con la comedia latina provoca que los actores europeos no tengan que limitarse a una corriente psicológica tan habitual en Estados Unidos. Entre nosotros se permite sumarle a la naturalidad algo aún más indescifrable, que es la desmesura del gesto. Jean-Pierre Bacri se especializó en interpretar lo que en Francia se llama un bougon, que aquí podríamos traducir como un gruñón ofuscado. Transpiraba esa incomodidad del tipo con fuego interior, pero domesticado por el mundo de las conveniencias. A punto siempre de estallar, su cabreo cotidiano escondía una mirada inteligente. Y en sus mejores papeles la guinda era una humanidad rotunda, al alcance de muy pocos. Era algo así como un romántico con coraza, un antisistema con corbata y traje gastado.
En su caso, a partir del tándem que puso en marcha con Agnes Jaoui, logró que su participación en los guiones sirviera para acabar de perfilar su carácter como actor. Para nosotros fue el descubrimiento más grato de esas películas de entonces, Como en las mejores familias, Para todos los gustos, Como una imagen. No es habitual que un actor alcance ese nivel formidable como autor teatral y guionista, pues casi siempre el dominio de todas las circunstancias del proyecto obliga al actor a someterse a un segundo plano, casi funcional, como si fuera en la secuencia más andamio que decoración. Pero Bacri tenía esa sensacional llaneza de los mejores actores franceses, un poco en la escuela de Philippe Noiret o Jean Rochefort. Procedía de familia judía que había tenido que salir de Argelia cuando llegó la independencia del país. Según contaba Bacri en todas las entrevistas, colocarse en un banco a trabajar le resultaba insoportable, así que eligió el riesgo. Puede que la clave de su sistema interpretativo residiera sencillamente en ser hijo de un cartero. Eso da mucho fondo. Su padre le solía decir que un barrendero y el presidente de la República eran idénticos, y quizá de esa línea surgió una manera de interpretarlos a ambos como iguales, como gente que tiene idénticos problemas internos, hábitos, manías y las mismas ganas de mandarlo todo a paseo.
En España, en las dos últimas décadas ha hecho fortuna una comedia francesa que quizá no encontramos ya en nuestro cine. Demasiado regido desde despachos televisivos, aquí se impone una comedia algo astracanada, de tebeo, sin humanidad profunda. En eso, los franceses han rescatado una tradición popular que se remonta a las películas del maestro Marcel Pagnol. No por perseguir la risa es imprescindible renunciar a una carga de verdad, de realidad social, de cierta visión enriquecedora del mundo. En eso, Bacri fue el actor soñado. Imposible de trasplantar a coproducciones internacionales, su talento era localísimo, como esas plantas que si las mueves de su rincón natural se apagan. En un mundo tan globalizado, estos fenómenos culturales de proximidad son apasionantes. Es habitual, por la escasa capacidad para medir su talento, que los actores tiendan a tratar de dejar claro el esfuerzo de su composición, su habilidad y su destreza en el oficio. Resulta cargante ver ese empeño en que se note lo bueno que es uno. Es impropio de una profesión tan humilde. Lo hacen quizá para ganar premios y reconocimientos. Pero la verdad está en otro sitio, un modelo que Bacri encarnaba con rigurosa perfección. En una caída suya de cabeza, un quiebro de la comisura de su boca y un leve matiz de la ceja se concentraban a veces tantas impresiones que daba vértigo. Era una gozada sentarse en el cine a verlo en la gran pantalla. Por suerte, los actores nunca mueren, porque el cáncer se lleva a las personas, pero no a las máscaras de representación. Jean- Pierre Bacri perdurará mientras dure el cine.