El pasado tratado como una naranja

David Trueba

El pasado tratado como una naranja

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Hace unas semanas levantaron polvareda las declaraciones del vicepresidente del Gobierno en las que comparaba la situación de Puigdemont con el exilio republicano tras la guerra. Tanto es así que obligaron a una rectificación ladina, pues la posición de relevancia dentro de un gobierno fuerza, como mínimo, una cierta lealtad ante las instituciones del Estado, incluido el Poder Judicial. No podemos limitarnos a cuestionar los valores democráticos de un presidente como Trump si no somos capaces de ver que esa misma rotura de fronteras se produce en otros políticos en activo, quizá menos peligrosos, pero tan solo porque su relevancia y su poder no son los del líder de la nación más poderosa del mundo. Sin embargo, detrás de esa polémica puntual hay un elemento muy delicado y que necesita una reflexión profunda. Es la terrible frivolidad de nuestros políticos para tratar la historia de nuestra Guerra Civil. Aquí los dos extremos ideológicos parecen caminar de la mano, convencidos de que pueden ganar adeptos entre sus filas tan sólo por el sencillo mecanismo de excitar las memorias personales y familiares. Esta infamia es la que ha perjudicado durante décadas la posibilidad de que España enfrente con la madurez de Alemania o Francia el pasado reciente. Y ahí seguimos, empantanados, pese a la grandeza de la actitud de toda una generación que sí vivió la Guerra Civil y nos enseñó que el camino era otro, muy distinto, al de intentar sacar rédito de ella.

Para la política cotidiana de cierta izquierda, el pasado es una naranja que exprimir con pobreza mental insultante. No se puede insistir en la carencia absoluta de perspectiva y comprensión del fenómeno ideológico que sacudió Europa durante los años 20 y 30 del siglo pasado. Esa visión de terco oportunismo puede que conceda ventajas electorales. En la derecha, una simplona obstrucción de todo ejercicio de memoria, incluido el proceso de retirada de símbolos franquistas y la recuperación de cadáveres en fosas anónimas, ha significado una siniestra manera de rentabilizar el pasado. Entre esos dos hábitos ya inoculados en la peleíta partidista, hemos contado con historiadores rigurosos y trabajadores que sí han venido a aportar la visión científica que necesitamos, alejada de soflamas y emocionalidades, y que sirve para avanzar como país. Uno de los episodios más tontos de esta divisa politiquera tuvo lugar cuando un partido de extrema derecha sacó una enorme cantidad de votos en las elecciones andaluzas con el recurso a la nostalgia y se convirtió en fundamento de la mayoría que ahora sostiene la Junta. Algunos líderes de la izquierda corrieron a explotar la misma nostalgia y endilgar lemas como que ellos cavarían la trinchera frente al fascismo y apropiarse de la resistencia al golpe franquista que provocó la guerra civil.

La lectura de nuestro pasado histórico como un continuo que alimenta a los partidos actuales en liza electoral es una estafa. Alguien pretende utilizar ese recurso publicitario de la compra de marca. Pero las ideas y un país no son como el Cola Cao, que guarda una fórmula similar y vende un pasado de mercancía y nostalgia. El primer paso que deberíamos haber dado para sanear ese espacio que llamamos ‘memoria histórica’ tendría que consistir en sacarlo de las elecciones locales y nacionales que se disputan con frecuencia. Nadie hoy encarna las heridas de entonces, y quien pretenda hacerlo es poco menos que un estafador. Eso es algo que nos dejaron claro quienes vivieron la guerra, pues nos pidieron decencia y prudencia, en dosis iguales. Esta traición a nuestro pasado comienza con la utilización del recurso tan dañino de apropiarse de un bando, de una divisa, de una emoción. Por desgracia, es algo permanente y se filtra en esas declaraciones que de tanto en tanto se disparan por interés. Se trata de un hábito enfermizo. Quienes se dedican profesionalmente a la política en la actualidad tendrían que mostrar un delicado respeto por el pasado y no convertirlo en un recurso ventajista para tapar su poca preparación o su incapacidad para seducir con asuntos certeros al votante de hoy. Ese es el reto de un político, no valerse de dramas del pasado, sino trabajar para darles un futuro mejor a los ciudadanos. Ahí cuentan con todo nuestro apoyo.

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