Actividades antiamericanas

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Hace pocas semanas murió, recién superados los cien años, el guionista de cine Walter Bernstein. Inmediatamente conecté su muerte con aquel viejo profesor de guion que tuve en la escuela de Los Ángeles, Leonardo Bercovici. Habían sido amigos e incluso firmaron juntos el guion de una película de Burt Lancaster, Sangre en las manos. Aquel actor, un tipo inquieto y con cabeza, pasó de gimnasta a un delicado intérprete en una progresión ejemplar. Fundó su propio sello de producción Hecht-Lancaster, junto con el agente Harold Hecht, y precisamente Sangre en las manos fue la primera película que pusieron en pie. Bernstein regresó a Nueva York, pero ni allí se libró del mordisco de la caza de brujas. El senador McCarthy, un precedente bochornoso de los políticos que amenazan la democracia norteamericana, alcanzó la notoriedad hacia 1950 por pretender purgar Hollywood de cualquier idea izquierdista. La persecución de autores, actores y directores propició una encadenada serie de delaciones y traiciones que desembocó en el ostracismo de muchos profesionales a los que se prohibió trabajar en el país.

Mi profesor, Bercovici, pudo escapar hacia Europa, donde trabajó en producciones locales y se relacionó con gente del cine italiano. Tanto es así que una mañana me comentó que su película favorita era una cinta de Marco Ferreri, La abeja reina. Entonces le confesé que yo era íntimo amigo de su guionista, un español llamado Rafael Azcona. Bercovici ya era entonces un anciano que moriría apenas un año después, pero sus apreciaciones sobre el oficio me parecían siempre atinadas. Era habitual que dormitara en clase mientras leíamos en voz alta nuestras escenas. Pero cuando despertaba, mientras nos despellejábamos unos a otros los diez alumnos del grupo con críticas feroces, zanjaba las discusiones con la frase perfecta, la conclusión más inteligente. Por su lado, Walter Bernstein combatió la triste perspectiva de no poder trabajar en su oficio por culpa de sus ideas políticas de una manera más pintoresca. Utilizaba a guionistas no perseguidos para que le hicieran de tapadera y firmaran sus escritos. De esa manera, lograba mantener unos ingresos y cierta actividad. Años después escribiría una película llamada La tapadera, dirigida por otro perseguido, Martin Ritt, e interpretada por otros perseguidos como el cómico Zero Mostel. En ella, Woody Allen encarnaba a alguien que vivía de prestar su nombre a autores perseguidos.

Mientras gente de talento como Elia Kazan cedió a la presión y delató a compañeros y amigos de juventud a los que reconoció como militantes del partido comunista, otros preservaron su dignidad de manera casi heroica y algunos sucumbieron al suicidio y la depresión. Con el tiempo, como sucede siempre, todos ellos, unos y otros, fueron víctimas de ese estado de terror y miseria creado por McCarthy. El propio senador, cuando se fueron conociendo sus vergüenzas ocultas, cayó destruido y hoy su nombre evoca el bochorno y la vileza en un país que pugna por defender los valores democráticos. No conviene olvidar episodios del pasado que nos acercan a lo dañino que resulta aceptar las listas negras, las purgas ideológicas y los casos de censura. Hoy los vivimos de manera más solapada y sutil, pero caemos en el linchamiento, el castigo prejuicioso y la indignidad del boicot de manera bastante similar. En 1996, Walter Bernstein escribió unas memorias sobre el tiempo de la lista negra, Inside out. Ahora que ha muerto, podemos saber que sus actividades no fueron nunca antinorteamericanas, sino que contribuyeron a lo contrario, a hacer su país más libre, más crítico y a consolidar la libertad de expresión como uno de los valores supremos de la convivencia. Aunque parezca mentira, avanzamos en una senda que cuestiona esa libertad. Se amedrenta a quienes expresan sus ideas con libertad, en lugar de disputarlas con debate y racionalidad. Nos hemos acostumbrado a despreciar a quien no piensa igual, estamos invitados a una feroz batalla contra el diálogo, a una alergia inducida contra aquello que no representa nuestra sensibilidad y nuestra opinión. Esa enfermedad, que adopta diferentes formas, destruye la convivencia y por eso nunca está de sobra recordar los episodios históricos donde una nación cayó en la cuenta de lo importante que es preservar las libertades frente a toda forma de inquisición, venga de donde venga.

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