La autoestima y la autoexigencia

David Trueba

La autoestima y la autoexigencia

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

En las últimas semanas, diversas informaciones apuntan a que la República Checa estaría a punto de superar a España en la clasificación de las economías más fuertes de la Unión Europea. Como somos muy aficionados a la competición deportiva, este hecho nos provoca una cierta depresión en la autoestima. El detalle de que la renta per cápita de un país que apenas unas décadas atrás aún sobrevivía bajo la bota soviética alcance a ser mayor que la nuestra propiciará todo tipo de análisis. Desde hace tiempo, la mera observación de los balances económicos nos aboca a un error constante. La calidad de vida y el bienestar de los ciudadanos no se miden meramente con el PIB nacional. Los elementos que hacen fuerte a la economía checa, pese a su población cuatro veces menor que la nuestra, tienen demasiado que ver con la cercanía a Alemania y al hecho de que se hayan convertido en una subsidiaria laboral del país vecino. Eso les permite presentar un balance de exportaciones más saneado que otros lugares de mayor tradición industrial. Esa dependencia podría ser peligrosa a medio plazo y resta algo de autonomía al país, que ofrece una fiscalidad competitiva, pues aún trata de recibir trabajadores frente al bloqueo y el envejecimiento progresivo que nosotros padecemos. Desde la crisis de finales de la década pasada, España ha emprendido unas reformas parciales que no han solucionado sus grandes problemas. El desempleo y la proliferación de los contratos temporales funcionan como un lastre nacional en cuya solución han fracasado las recetas liberales de la reforma laboral y las recetas de signo contrario, hundidas definitivamente por la llegada de la pandemia.

Sin embargo, uno de los síntomas del adelantamiento checo tiene que ver con que fueran capaces de sostener un buscador propio que plantara cara a Google. Seznam ha sido durante años una competencia nacional que pese a los vaivenes ha mantenido cierta rivalidad con el gigante norteamericano. En España algo así sería impensable. Nuestro grado de dependencia de las grandes marcas norteamericanas ha lastrado el desarrollo del país en la nueva economía. Entre nosotros, la preeminencia de Google es antológica. Un grado de dependencia enfermizo que delata nuestro carácter. Entre otras cosas, el éxito de Seznam le llevó a levantar sus propios medios de comunicación. En la era de Google hemos visto el modo en que todas las industrias de medios han sido arrasadas, pues la población se informa a través del buscador y sus titulares en lugar de recurrir a la raíz mediática. Pese a la evidente fortaleza de la lengua española, no hemos sido capaces de sacudirnos esta beatería por los gigantes norteamericanos. Esta falta de orgullo nacional en la liza que más importa en nuestros días es una mochila de piedras que no nos deja avanzar.

Sería digno de analizar con calma el modo en que los españoles han sido incapaces de levantar un sistema propio de comunicaciones y búsqueda. Se suma a la dependencia de los grandes repartidores globales del comercio en el mundo. Salvo en el sector textil, donde Zara ha representado un gigante mundial, en todo el sector cultural, informativo y de entretenimiento entregamos nuestro consumo sin ser capaces de generar una alternativa propia de entidad. Esto es algo que arrastramos desde tiempo atrás, pues nuestro desarrollo es demasiado dependiente de los canales externos y carecemos de autoexigencia. En España, la revolución digital ha estado siempre planteada como una plataforma para consumo, mucho más que como un sector de explotación industrial. Nos hemos conformado con regalar al mundo nuestros 45 millones de consumidores, sin esmerarnos por potenciar a los creadores nacionales de contenido y las redes de suministro propias. Como pasó durante años con las multinacionales norteamericanas de cine, también Netflix percibió nuestro carácter sumiso y plantó su plataforma entre nosotros con notable éxito y enorme velocidad, sin apenas contestación. Y así ha sucedido en la última década con todos los elementos reseñables de la nueva economía. España es un país orgulloso, pero engañado y distraído. Nos falta concentración para entender la nueva distribución de recursos. Puede que nuestras batallas internas nos coman toda la energía para mirar el mundo con curiosidad y ambición. Tendremos que corregir ese disparate para volver a crecer con tino.

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