Una demanda de atención

David Trueba

Una demanda de atención

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Vamos a tener que estar muy atentos al desarrollo de un juicio que tiene lugar en Estados Unidos. Unos padres han demandado a una página de inversiones en Bolsa por la muerte de su hijo de 26 años. Al parecer, el joven se dedicaba al juego de inversiones aceleradas a través de una aplicación de trading o, mejor dicho, seamos respetuosos con el castellano, de corretaje. Desde hace tiempo, los movimientos en Bolsa están regidos por unos mecanismos virtuales que han logrado una aceleración inverosímil. Puede que pasemos de sospechar de los corredores de Bolsa a quererlos de vuelta ante la presencia de robots automatizados. En una década, la permanencia de un valor bursátil en las mismas manos ha reducido el tiempo de manera brutal. En ese movimiento constante han surgido las oportunidades de apuesta más similares a un casino de vértigo que a unas inversiones planificadas y pausadas. En los últimos tiempos asistimos incluso a ataques organizados que movilizan a grandes cantidades de accionistas para crear ficciones valorativas de las que los más avezados obtienen pingües beneficios. A eso se dedicaba este chaval norteamericano, que apostaba en Bolsa como quien participa en un rasca y gana. La hiperconexión, y también la enorme soledad contemporánea, nos aboca a este tipo de comportamientos.
El problema sucedió cuando el joven inversor aficionado recibió un mensaje de la página web de sus jugadas bursátiles. Era nada menos que la conocida como Robinhood, una aparentemente desinteresada aplicación de inversión gratuita en valores de Bolsa que dice traer la democratización al sector. Le exigía una reinversión de liquidez, pues había superado su límite de gasto. El chico, sorprendido, pidió información, pero la página, por un defecto en su atención al cliente, le insistió durante algunos días en que sus pérdidas ascendían a varios miles de dólares. En concreto, a 600 mil euros. Engullido por la vergüenza que provocan las deudas y la angustia que asociamos al fracaso, el muchacho, llamado Alexander Kearns, se quitó la vida. Tras investigar sus movimientos en los últimos días, los padres concluyeron que la atención al cliente había sido defectuosa, pues su hijo había perdido dinero, pero no tenía contraídas deudas. Por lo tanto, han demandado al portal inversor por acoso mental e incitación al suicidio. No me negarán que, al saber que alguien ha interpuesto una demanda por el maltrato recibido en una terminal de atención al cliente, se han sentido reconocidos. Cualquiera de nosotros hemos sido tratados así en muchas de nuestras gestiones.
Estamos acostumbrados a que, con añagazas y faltas de explicaciones claras, muchos servicios nos empujen a ser estafados de manera voluntaria. Todos hemos cancelado un pago al descubrir que no era como nos explicaron ese día en el que eran un dechado de amabilidad y cariño. Todos hemos sido víctimas de esa mala intención en la letra pequeña de las ofertas, de los clics, de los servicios aparentemente generosos. Nos sentimos tan humillados como avergonzados porque, cuando llamamos a la atención al cliente, descubrimos que somos unos pardillos a los que han estafado impunemente y con nuestra aquiescencia. Corremos a cancelar la deuda y jurarnos que nunca más volveremos a cometer el error de aceptar un consejo o una oferta que provenga de un servicio de atención empresarial. Por eso, el suicidio de este joven es una noticia que tendremos que seguir con pasión. La demanda puede que no prospere, pero al menos sirve para abrir una línea de denuncia en aspectos del consumo que siguen descuidados, pese a su evolución constante. Si descubriéramos que el modo en que nos ofrecen la atención al consumidor es parcial, interesado y manipulador y además pudiéramos demandar por ello a la casa madre, daríamos un paso de gigante hacia la nueva seguridad en el mundo virtual en el que vivimos. No son pocas las familias que han contraído deudas bestiales por contratar préstamos minúsculos. Ojalá que ninguno de nosotros lleguemos al extremo de tirarnos por la ventana como ese inversor algo inocente que sintió que su vida había perdido sentido sencillamente porque la atención que solicitaba se le negaba o se le escatimaba. Pero cada vez que alguien llama al soporte del cliente sabe que se adentra en la ruta hacia la desesperación.
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