Ancianos y niños, los primeros
Ancianos y niños, los primeros
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
No ha sido raro que durante la pandemia sanitaria hayamos escuchado ciertas declaraciones bastante fuera de tono. Es natural que algunos quieran ver conspiraciones malintencionadas y hasta que tengan voz quienes niegan las evidencias científicas. El grado de especulación sobre las vacunas seguirá en aumento, pese a que cada semana en que se avanza en la campaña de inyecciones generalizadas disminuye el número de los que se oponen a recibirla. Casi siempre, estas declaraciones rimbombantes provenían de personas significadas, relevantes en otros ámbitos, figuras un poco difusas, a veces oportunistas, pero en ciertos casos incluso de médicos o pseudoprofesionales. Sin embargo, en todos estos meses, casi nunca los ancianos han protagonizado estos episodios. Los ancianos españoles han demostrado ser, por lo general, un conjunto de personas discretas y prudentes. Estos rasgos proceden del conocimiento histórico no adquirido en libros ni pantallas ni proclamas, sino a través de una experiencia sensorial propia. Uno es lo que su experiencia íntima le dicta ser. El otro día, en televisión, vi a una mujer vasca de 103 años que recibía la vacuna con satisfacción y, además, elaboraba un discurso constructivo, sano y ejemplar. Me pregunto por qué no escuchamos más a este tipo de gente que a otros que hacen sus discursos amparados en una cierta seguridad física o económica y que no pertenecen, pues, a los colectivos más vulnerables.
En los primeros días de la pandemia escribí una reflexión que entonces pocos se hacían. Las muertes de la primera ola castigaban a los centros de ancianos, verdadero epicentro del desastre descomunal español en esas semanas. Las víctimas masivas eran ancianos y, sin embargo, nadie emparejaba esta tragedia con las anteriores tragedias que esa generación dura y saludable había vivido a lo largo de su existencia. Se estaban muriendo muchos de los niños de la guerra y con ellos perdíamos una generación ejemplar, que había capitaneado la resistencia familiar a la corrupción del carácter que provocan las dictaduras y que habían permitido la transición política hacia la democracia gracias a su pasmosa generosidad. Visto ahora, a lo largo de todo el tiempo que lleva durando este contagio masivo, han sido los ancianos quienes han tenido una postura más juiciosa y compartible. Algunos de ellos incluso padecieron y recuerdan la vieja gripe española que arrasó con las vidas de tantas personas en el siglo pasado, y su testimonio es más nutritivo que otras lecturas distanciadas.
La forma de ser de esta generación nos ofrece, además, una esperanza. Todos recordamos esos bienintencionados análisis según los cuales tras pasar la crisis saldríamos fortalecidos y la sociedad se convertiría en más generosa y más justa. Hoy sabemos que eso no va a ser cierto. En un mundo tan depredador e individualizado, todas las ocasiones perpetúan una actitud miserable e insolidaria al lado de otras generosas. Sin embargo, aquellos que fueron niños en la guerra transportaron sobre sus hombros el impacto que en su infancia les causó la tragedia. Por ello, a ratos pienso que los que han sido niños durante esta pandemia van a ser los que reproduzcan de alguna manera esos valores que han encarnado sus bisabuelos. Ellos recordarán este tiempo que atravesamos con la perspectiva que solo un niño puede tener. Han conocido los sacrificios y el miedo en una edad en la que aún estás formando tu sensibilidad, y pienso, por tanto, que si alguien hará el mundo mejor serán ellos cuando tengan responsabilidades. Recordarán las semanas de angustia mucho mejor que nosotros, que tendemos a olvidarlo todo de manera inmediata, pues vivimos en una sociedad presentista y sin capacidad de análisis histórico. Ellos, en cambio, mirarán este tiempo con la experiencia emocional de la que los demás carecen. Los niños son esponjas, siempre y cuando no estén plantados ante las pantallas. Podría ocurrir que, en los años futuros, su manera de estar en el mundo esté condicionada por lo vivido. Igual que los ancianos que fueron niños en la guerra tuvieron una forma de estar en lo que fue su futuro español que todavía hoy asombra por su capacidad de entendimiento y acuerdo, por el sacrificio por los que serían sus hijos y el mundo que les dejarían. Acaso los niños de hoy puedan recoger su testigo. Ojalá.