Hidrolatría
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Hace tiempo que un amigo al que tratábamos de recuperar de una deshidratación bastante brutal nos soltó la palabra. Solo queríamos que se terminara el suero líquido que habíamos comprado para él en la farmacia, pero era tal nuestra insistencia que dijo: «No caigáis en la hidrolatría». Que vendría a ser algo así como la adoración por los líquidos. Entonces éramos jóvenes y pensé que solo era una ingeniosidad de borracho. Pero algo después, cuando vivía en Estados Unidos, no era raro cruzarse con gente que llevaba su botella de agua en la mano a toda hora, porque corría la voz de que beber mucho líquido era sanísimo, lo cual no es del todo cierto. Luego he visto esas formas de ‘hidrolatría’ en ciertos consumidores de refrescos isotónicos y en aquellos que persiguen estimulantes embriagadores más a litros que por calidad cierta. A partir de aquella ocurrencia del amigo, creamos otra que nos fue muy útil: ‘idiolatría’. Consistía sencillamente en denunciar la adoración que provocaban algunos idiotas consumados en ciertas personas. La devoción por un idiota solo te puede conducir a efectos parecidos a los que padecen esos seres captados por una secta. No es complicado apreciarlo en algunos seguidores deportivos o políticos, que jamás renuncian a la fe por más muestras que dé su líder o su equipo de necedad. La ‘idiolatría’ se puede extender hacia ciertas admiraciones tóxicas, porque como decían antes las madres: un tonto entonta a cientos si le das lugar y tiempo. Y eso es precisamente a lo que se han dedicado muchos medios de comunicación durante las últimas tres décadas, a dar protagonismo a los más tontos de la tribu.
En el origen griego de la ‘idolatría’ se habla de la devoción y de la fascinación por figuras icónicas. Pues ya los griegos supieron la fuerza que tienen las imágenes, la sublimación de un ser humano hasta ser convertido en héroe o un ser magnífico. Y lo supieron incluso antes de conocer el efecto que la publicidad directa tendría sobre las personas. Aunque ya intuían que la evolución religiosa que derivó del paganismo al monoteísmo llevaría al mundo por los caminos de la devoción desmesurada. Por diferentes caminos desembocamos en la ‘idolastría’, que tiene lugar cuando alguien admira a lo que a su vez se ha convertido en un lastre, ya sea una persona o una emoción. Sin darte cuenta, acabas adorando lo que no es sino una mochila de piedras. Ya partimos en nuestra vida con suficiente lastre a cuestas como para encima cargarte con más peso inútil. A menudo hay proyectos e ideas que requieren una dedicación tan exigente que, si no eliges bien, puedes acabar regalando los mejores años de tu vida a una causa idiota, inoperante o imposible. Con los nuevos tiempos hemos llegado, qué duda cabe, a la ‘e-dolatría’, que definiríamos como la devoción por todo aquello que nos llega de las redes. Resulta complicado encontrar un movimiento tecnológico más consagrado a la nadería. La única acepción del adjetivo ‘viral’ que no es negativa es la que tiene que ver con aquello que se expande por la Red a toda velocidad y con enorme resonancia. En esos casos lo viral es sinónimo de fenomenal. Hay famas sostenidas en nada más que la popularidad, suscripciones a la más pura pompa de jabón, personalidades cuya hoja de servicios es inane.
En aquella época juvenil también percibíamos la ‘anglolatría’, que llevaba a la gente a adorar todo aquello que viniera producido en inglés. No había película, libro o canción que mereciera atención si no era hablado en inglés, era sinónimo de calidad. Y los pocos que se escapaban de ese influjo no era raro que cayeran en la ‘indolatría’, que a veces los llevaba a escaparse a la India durante unas semanas y creerse desconectados del mundo enfermo y esclavizado de las grandes ciudades occidentales. Pronto descubrían que las grandes ciudades orientales tampoco eran nada del otro mundo. Y en esas idioteces empleábamos el tiempo, en detectar las estúpidas pasiones e idolatrías que nos rodeaban. Luego crecimos y ya nos dimos cuenta de que el mundo no tiene remedio y que lo único sano es hacer un chiste con ello.