Ciberdelitos y cibercastigos
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Tenemos un problema con la ciberdelincuencia. No tanto porque sea el delito más habitual en nuestros días, sino porque apenas hemos visualizado su castigo. Recientemente, Estados Unidos ha vuelto a activar sanciones contra Rusia por ataques virtuales, pero no pasan de ser sanciones algo etéreas. Apenas hay constancia de desactivación de redes de cibertimo. Obviamente son delitos difíciles de perseguir, tampoco despiertan alarma social, pues son incruentos. También parecen guarecerse bajo un anonimato y unos servidores lejanos e inaccesibles. Pero la razón principal es porque parte de la ciberdelincuencia la cometen los servicios secretos de los países. Es casi como un crimen de Estado, que obedece a razones pragmáticas y a una guerra no declarada. En España hemos sabido de auténticas campañas de desinformación para desprestigiar a personas concretas o incluso remontar la popularidad de líderes caídos en desgracia y armadas desde sus gabinetes de prensa. Y en muchas ocasiones se anuncia que alguna de nuestras instituciones ha sido atacada por agentes rusos, chinos o coreanos, pero jamás se acaban de presentar pruebas contundentes. El último caso ha sido el del ataque organizado contra los servidores de las oficinas de empleo. Un caos que ha durado semanas y que ha colapsado los trámites de desempleo en un momento crítico para la sociedad española. Según las primeras informaciones, se trataría de un ataque perpetrado por agentes rusos para continuar la campaña de desestabilización que persiguen en la mayoría de los países europeos, pero poco después esas sospechas se fueron diluyendo sin pruebas contundentes.
Así que podemos concluir que este ataque fue organizado por nadie, otra vez la impunidad. Días después se supo del sabotaje israelí a una central nuclear iraní, y así sucederá constantemente en los próximos años, sin pruebas, sin rastros, sin culpables. Lo que a nosotros nos preocupa, entre tal desinformación, es que el delito habitual en el ciberespacio tiene más que ver con estafas bancarias y suplantaciones de cuentas de correo para robar fondos de particulares. En muchas ocasiones, las empresas padecen un bloqueo de sus materiales y se someten al pago de un rescate para recuperar su funcionamiento habitual. Aquí, las redes de moneda virtual ayudan a la fortaleza del criminal. Tampoco los ataques entre países parecen conducir a algún tipo de consecuencia real, hoy por hoy todo queda en rumorología, alguna nota chocante y el silencio más absoluto. Siguiendo ese hilo de impunidad, cada vez más delincuentes han optado por dedicarse a sus actividades en este territorio ignoto. Se extraen los datos principales de un usuario, se desenmascaran sus contraseñas y se procede a la utilización de sus cuentas. En algunos casos determinados, se ha llegado a hacer público el contenido privado de correos y conversaciones y, según parece, una de las ramas más activas de los detectives privados de nuestros días consiste en el espionaje furtivo de las comunicaciones de otras personas a través del móvil y el correo personal.
Por más que todas estas informaciones difusas podrían llevarnos a un estado de paranoia perpetua, sucede más bien lo contrario. Nos encontramos tan cómodos en un mundo frágil pero hipercomunicado que apenas le damos importancia a este tipo de delitos. Si preguntáramos por la calle, veríamos que la alarma no existe y que el único perseguido que recordamos por asuntos similares sería el informático Edward Snowden. Y en su caso la audacia lo convirtió más bien en una ‘garganta profunda’ que desde dentro del espionaje norteamericano se atrevió a denunciar el pirateo masivo de las comunicaciones de los ciudadanos sin orden judicial pertinente. El mundo virtual es un territorio en el que pasa de todo, pero no pasa nada. Los usuarios cabreados con el mal funcionamiento de las oficinas de empleo pasan a engrosar el enorme caladero de los enfurecidos. Así se genera un clima de descontento, pero sin ahondar en la raíz que lo provoca. Una amenaza real para la convivencia cotidiana, mientras quienes perpetran estos ataques jamás son identificados ni perseguidos. Habrá que seguir atentos para ver a dónde nos conduce finalmente esta situación tan pintoresca. Por ahora, como los viejos timados por los avispados cuentistas, nuestro papel no supera el de secundario al que se le queda cara de tonto y poco más.