Pues no es para tanto
Pues no es para tanto
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
En los días posteriores a las elecciones en los Estados Unidos, me crucé con alguien joven y comentamos los resultados. Siempre me interesa la opinión de los veinteañeros, porque tienen una mirada algo prepotente sobre la realidad, beneficio que les concede la confianza en su futuro biológico. Pero, al mismo tiempo, también se expresan con más visceralidad, y eso resulta interesante. Este joven se burló de mí al escucharme considerar que la elección de Joe Biden era más positiva que la reelección de Trump. Su desprecio me recordó a mí mismo cuando me burlaba de aquellos que encontraban muchas diferencias entre Jimmy Carter y Ronald Reagan. El joven tenía claro que apenas habría cambios notables en la política norteamericana. Y una parte de razón seguro que tenía, como la tenía yo cuando era joven. Pero la otra parte no solo le quita la razón, sino que lo deja en ridículo, como quedaba yo en mi tiempo. Ha bastado un análisis somero de los cien primeros días de gobierno de Biden para entender algunas de las virtudes de su elección.
La primera de todas es la relajación de una atmósfera crispada. Puede que este no sea un beneficio muy celebrado, pero el mero hecho de que las redes sociales no se conviertan en la charca informativa de un país ya es un logro. Trump estaba muy interesado en desacreditar a los medios de información porque consideraba que el análisis crítico de sus acciones era lo que más le podía perjudicar. Para ello, trató de potenciar el debate en las redes sociales, que son empresas acríticas y de racimo, sin departamento de edición ni comprobación. El éxito de la estrategia de Trump fue altísimo, pues pudo vivir enfrentado visceralmente a la crítica y envuelto en la capa de la autenticidad que conceden las redes, donde todo es personal y subjetivo. Por ello, que Biden haya optado por cierta discreción ha fomentado que el país se haya relajado.
Pero todo esto sería una anécdota si al mismo tiempo no hubiera puesto en marcha un programa solidario de enorme trascendencia. Las dinámicas depredadoras han sido limitadas por unas iniciativas de reparto de bienes, con ayudas estatales y estímulos al empleo pocas veces vistos. En un tiempo de crisis profunda, la apuesta por la solidaridad no es una tarea tan obvia como parece. Los ricos y poderosos tienen una tendencia universal a sentirse las primeras víctimas de cualquier recesión, porque notan sus pérdidas con más visibilidad que las de las capas medias y bajas. Pasa en Europa también. Biden ha encarado la crisis sanitaria con un espíritu contrario al de Trump. Ha logrado que la expansión de la vacuna ya solo tenga enfrente el obstáculo de los negacionistas y las patentes. Ahora el reto estriba en extender el programa de vacunación al resto del mundo, especialmente huérfano de liderazgo y con lugares en manos de autoridades indiferentes al sufrimiento ajeno.
Biden no ha sido tan solo un espíritu durmiente y alérgico al enfrentamiento. También ha dejado alguna línea marcada con sus zarpazos. Es el primer líder mundial que se ha atrevido a considerar a Putin como el criminal que elimina a sus rivales políticos. Ha recordado a Erdogan el genocidio armenio y ha situado a China como el gran rival que es para el mundo libre, pues su dictadura política sustentada en el mercado capitalista supone una amenaza para las conquistas sociales lentamente adquiridas. Es evidente que Biden no va a ser un revolucionario ni el líder más progresista que el mundo haya alumbrado. Tampoco lo era su cartel electoral. De cualquier forma, su gobernanza templada ofrece una oportunidad de reflexión a todos aquellos que, como el joven con quien entablé conversación, piensan que cualquier político es igual a otro, que la elección poco importa y que al no existir el candidato ideal lo mejor es la indiferencia. También refuta a aquellos que desprecian el valor de liderazgo de una madurez inteligente. No abandonaremos nunca un sano escepticismo, pero tampoco caemos en el fatalismo. A veces uno, cuando es joven, se puede permitir ser injusto y poco juicioso. Pero el resto no nos lo podemos permitir.