Votar contra tus propios intereses

David Trueba

Votar contra tus propios intereses

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Dicho así, suena absurdo. Pero no lo es. A nadie le parece lógico que en las democracias desarrolladas haya muchísimas personas que votan en contra de sus intereses particulares. Sin embargo, cuando analizas los resultados descubres que, pese a esa apariencia ilógica, sucede repetidamente. No es raro que los más necesitados voten a favor de representantes de los poderosos. Que haya inmigrantes de segunda generación que voten contra los inmigrantes. Que haya inclinaciones del voto que fomentan la inestabilidad, pese a lo que muchos tendrían que perder en esa confusión. En contra de lo que creemos, nosotros mismos votamos contra nuestros intereses particulares muchas veces. Lo hacemos por una razón muy sencilla: somos idealistas. El problema es que solemos considerar nuestros ideales como la más razonable determinación del voto y, sin embargo, les negamos a los demás ese mismo ejercicio de ensoñación. ¿Por qué? Supongo que una vez más por nuestra eterna impotencia para situarnos en el lugar del otro, en la atmósfera de la comprensión ajena. Vivimos demasiado esclavos de nuestra burbuja y la primera víctima de este aislamiento suele ser nuestra amplitud de miras.

Lo que a muchos sorprendía del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos es que estuviera asentado en el voto masivo de las clases bajas rurales. Era curioso que personas que habían perdido el empleo y rozaban la precariedad apostaran desde sus rincones rurales por un empresario enriquecido en los negocios de las grandes ciudades, un urbanita de la élite que presumía de aficiones desmesuradas y gastos en lujo. El político fue capaz de torcer lo obvio y lograr ese apoyo por una razón muy básica. Rebuscó entre los ideales ocultos de esas personas de clases humildes y encontró una rebanada de ensoñación: la patria y la raza. El sentimiento identitario es, desde siglos atrás, una de las razones más claras por las que los pobres sustentan a los ricos. Es habitual que las clases dominantes se conviertan en representantes del país o el terruño. Apenas nadie identifica a sus mendigos con su país, a sus doctores con su país, a sus profesores con su país. Casi siempre identifica su identidad con el triunfo deportivo, el triunfo militar y la cabeza de poder económico. Así, el orgullo patrio impulsó a los votantes norteamericanos a afiliarse con un elitista individualista que les prometía soberbia de raza, identidad y patria.

Un juego similar se produce en el signo opuesto. Muchas personas de una burguesía acomodada rechazan a partidos que promueven una postura liberal descarnada. Pese a que la fiscalidad que proponen es favorable a sus intereses, prefieren votar por partidos que sitúan la protección social, la solidaridad y el bienestar general como una prioridad. Estas personas votan contra sus intereses por el mismo motivo, alguien apela a sus ideales y valores personales. Los extrae de su territorio de comodidad y logra que apoyen medidas que van en contra de sus carteras. Algún político consigue movilizarlos porque apela a su ética, a su moral personal con éxito. Hay muchas personas con una vida acomodada que hasta apoyan partidos revolucionarios por una pasión interior insoslayable.

Siempre que suceden los procesos electorales hay un cuestionamiento general de los resultados. Pese a que casi nunca hay sorpresas, el resultado mismo siempre es desasosegante. Incluso es habitual que cada persona cuestione si acertó en su decisión, pues el resultado cambia la valoración que hacen de su voto. Este desasosiego proviene del enfrentamiento entre lo pragmático y lo ideal que llevamos dentro. Por eso la política se recrea en las emociones, porque sabe que si apela a la cabeza tan solo encontrará lo previsible. En cambio, si hace un llamamiento a la víscera o al encantamiento hallará una mina de oro en las entrañas de una montaña que le resultaba ajena. Todos votamos en contra de nuestros intereses, porque lo más curioso de la democracia es que logra excitar un instinto que ni nosotros controlamos. Eso hace el sistema peligroso al mismo tiempo que fascinante. Y por eso las personas solo tienen una tarea seria en su vida, conocerse a sí mismas y a quienes las rodean un poco mejor. De esta manera evitan el desasosiego y encuentran razón hasta en lo irracional.

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