Ernesto Valverde, fotógrafo
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Hace unos días acudí a una exposición de fotos en San Sebastián cuyo autor tiene una particularidad que le hace casi único: es, además, entrenador de fútbol. Su recorrido profesional por diversos equipos le ha permitido tener una visión desde el interior del fenómeno de los fanáticos y seguidores, de la población volcada con el equipo de su ciudad. A partir de esos instantes, en especial los vividos al mando del equipo con el que ganó varias ligas en Grecia, el Olympiakos, nos ofrece con sus fotos un ventanal privilegiado para apreciar a la masa. Muchas de sus imágenes de grupo transmiten esa atracción indefinible por el caos, la acumulación desordenada y la anarquía pasional. La exposición, titulada Beste Aldea, o El otro lado, logra el objetivo de la fotografía como forma de expresión, hacerte viajar a un instante no presenciado ni vivido, pero finalmente experimentado.
Ernesto Valverde, nacido en Viandar de la Vera hace 57 años, ejerce en su faceta de fotógrafo como un artista que no invade ni manipula los instantes, sino que trabaja por encontrar una mirada transparente, de nula intervención sobre el modelo. Su ojo está afinado por la admiración a esos grandes fotógrafos de la calle, en especial el japonés Daido Moriyama o la ya irrebatible Vivian Maier, que se ha elevado como una retratista norteamericana a la altura de William Klein o Walker Evans después de dedicar su vida a ejercer de cuidadora de niños y jamás poder acceder a publicar una foto. Sucede a menudo que las personas con dos carreras, que son capaces de aplicar una cierta reserva entre sus pasiones, logran que en el equilibrio íntimo entre ambas se produzca una forma de pasión continuada y una perspectiva muy particular que no comparten los que solo tienen una definición irrebatible de su oficio. En ese entrenador de fútbol que a veces hace fotos descubrimos un Ernesto Valverde que no se deja vencer por el profesionalismo, pero tampoco renuncia a la calidad, que se siente amparado en un cierto amateurismo, pero conoce la responsabilidad de poner alguna cosa delante de su objetivo. Ese tipo de personas suelen ser despreciadas en sus campos profesionales, porque vivimos en un mundo de archiveros y se trata a las personas como si fueran mariposas de una colección. Cuando alguien escapa de esas convenciones, tiene que pagar el precio de una mirada de superioridad por parte del resto.
En el caso de las fotografías de Ernesto Valverde es muy significativo que su carrera de jugador y, más tarde, de entrenador no le hayan impedido practicar la fotografía en un lugar fronterizo. Precisamente así ha llamado a su último libro de fotos, Frontera, en cuya portada puede verse la increíble imagen de un campo de girasoles muertos entre la nieve que remiten a los soldados vencidos en una batalla brutal, digamos Stalingrado. He ahí esa potencia metafórica que tiene la foto realista pues quien retrata el paisaje y quien fotografía a las personas puede lograr mostrarnos la complejidad y la contradicción que encierran. Los aficionados del Barcelona, que vieron como al ser despedido de mala manera por la directiva Ernesto Valverde guardó un silencio respetuoso y humilde, habrán comprobado con el tiempo que el lugar en el que él dejó el equipo, tras ganar las dos ligas que disputó, una copa y llegar a la semifinales de la Liga de Campeones, era en realidad un lugar mucho mejor al que el equipo que entonces entrenaba podía aspirar. Como se ha visto después, las condiciones generales no daban para más, si no para mucho menos, como verificó el Bayern de Múnich en la peor derrota propinada al equipo en su larga historia. El inhabitual silencio de caballero que exhibió entonces Ernesto Valverde se confirma también en sus fotografías. Es alguien que no hace carrera de hablar, de venderse a sí mismo, del victimismo o la fácil oportunidad, sino del ejercicio riguroso del trabajo. Cuanto más me asomo a las artes visuales, más convencido estoy de que la mirada del autor lo condiciona todo y que necesariamente una imagen fijada es producto de una manipulación que retrata el alma de quien toma esa imagen, aun sin este pretenderlo.