Habitáculo junto al mar
Habitáculo junto al mar
PALABRERÍA
Genuflexión. En la playa se está tan bien que han decidido apurar el domingo al máximo, hasta esa hora de luz pacificada en la que las gaviotas se confían y zapatean por la arena mientras alzan el cuello atrevidas porque ha desaparecido la mayoría de los bañistas. El sol se ha apaciguado y las olas son más suaves, sin golpes en la orilla ni derroche de espuma: con una suave genuflexión invitan al último baño. El agua está más caliente que fría y flotan algas de color sucio, peluquines de gigante. Piensan en cuando eran pequeños y los mares mostraban la pulcritud de lo recién inaugurado, aunque es un recuerdo falsificado para embellecer la infancia, lo que lleva a sublimar un paisaje.
Ogro. Paula y Germán tienen 35 años, viven juntos, trabajan juntos y están de vacaciones juntos, vacaciones de proximidad porque cobran poco y el piso se traga, como un ogro, la mayor parte de los sueldos, así que se han desplazado hasta una pequeña población costera a solo una hora de casa. Han llegado pronto para encontrar aparcamiento y, ya temprano, los lugares habilitados por el ayuntamiento estaban a rebosar. Entre las pocas opciones, han elegido la plaza más segura, entre dos coches del mismo tamaño que el suyo, horrorizados por esos 4 x 4 que les recuerdan las tanquetas más que los vehículos civiles. Siempre se pregunta qué clase de abusones adquieren las monstruosidades y con qué fin. Balanceándose como mulos cargados, han llegado a la arena. Les ha resultado imposible instalarse en primera línea.
Merendero. El día ha transcurrido según la rutina de estos lugares: grupos de jóvenes con música pachanguera a todo volumen (hay que aguantarse) y familias completas que despliegan estrategias de merendero y que abarcan el arco completo de las edades y los desdentados, niños y ancianos, comedores de sandías, las barbillas brillantes. El resto son parejas como ellos, o con algún crío, diminutos reinos en comparación a los apiñamientos de los reguetoneros y los clanes. Han dormido bajo la sombrilla, han leído, han jugado a palas, han comido bocadillos, se han besado, se han bañado. Y ahora, con unas pocas personas dispersadas por aquí y por allá y con las gaviotas envalentonadas, dicen adiós.
Destreza. El parking está completamente vacío y calculan que llegarán a casa para la cena. Avanzan por un tramo entre apartamentos costeros y estivales, la parte nueva de la población, para dirigirse a la vía, de un solo sentido, que atraviesa la parte antigua, con casas bajas habitadas por los pobladores permanentes. En ese punto, se quedan atascados, con coches delante y detrás. Por la tardía hora, piensan que se trata de un pequeño embotellamiento causado por alguien que quiere aparcar y que lo hace sin destreza. Pasan cinco minutos. Pasan diez minutos. Pasan quince minutos y continúan en el mismo punto. Paula, que es la que está al volante, se impacienta y suelta las habituales imprecaciones de los conductores. Germán sale, pero no se atreve a alejarse demasiado por si la fila arranca. Hasta donde le llega la vista hay embotellamiento y ninguna calle de escape. Una mujer mayor está tomando el fresco. Germán le pregunta. No sabe nada.
Provisiones. Es medianoche y siguen allí. Han escuchado la radio, han ido a preguntar a los otros coches, y ellos mismos han sido interpelados. Ignoran por qué están detenidos. Algunos han ido a buscar avituallamiento a un bar vecino. Ellos han terminado con las provisiones que llevaban en la neverita. Un vendedor ha comenzado a vocear refrescos. Los motores están apagados, pero encendidas las luces de los habitáculos. Ya no hace calor.
Capó. Han dormido bien, con las ventanillas abiertas y una brisa reconfortante. La situación sigue exactamente igual. Paula va al bar, compra unos cruasanes y unos cafés en envases para llevar. Tras desayunar sobre el capó, deciden volver a la playa. Esta vez seguro que encontrarán sitio en la orilla. Nunca antes habían tenido un alojamiento junto al mar y, por fin, han cumplido el sueño de despertar y oler la sal y escuchar las gaviotas y meter los pies en la arena fría. Y eso los llena de felicidad.