Las leyes y las personas
Las leyes y las personas
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Una de las más difíciles ecuaciones de las sociedades sofisticadas es encontrar el acomodo de las leyes a la vida real de las personas. Vivimos en una era de confrontación algo artificial. La obligatoriedad de producir un discurso apto para mecanismos de comunicación primarios y superficiales provoca que el lenguaje político se haya degradado y a su lado, en consecuencia, se haya degradado la convivencia. No soy de los que piensan que lo que se dice en el Parlamento no nos represente como sociedad, sino todo lo contrario, la moldea y la condiciona. De ahí que sea tan nefasto invitar al debate público a quien no tiene más argumentos que el odio y la inquina. Precisamente porque del acomodo de las leyes a la vivencia de las personas depende eso que llamamos ‘progreso sostenible’. Sin un discurso creativo y de construcción, no hay posibilidades de avanzar con tino.
En los últimos meses hemos asistido a las negociaciones para sacar adelante una ley de transexualidad. Las conversaciones se han mantenido en una esfera semipública, donde los legisladores se las tenían entre ellos y grupos muy involucrados en la batalla, ya sea desde colectivos sociales a sindicatos de afinidades. Por desgracia, el debate en la calle ha sido ramplón y con poca pedagogía más allá de la peleíta ideológica. Lo cual es un error consumado, porque la sexualidad no puede responder a la confrontación de partidos. Las personas se posicionan frente a su intimidad de manera ajena al combate electoral. Por eso la ley ha sufrido parones, enmiendas y retrocesos sin que sepamos muy bien de qué estamos hablando. La identidad sexual se ha convertido en un arma arrojadiza entre quienes piensan que es algo recibido de manera automática por la biología y quienes hacen un análisis un poco más riguroso de los condicionantes de una vida. Para quienes han superado la barrera de su propio cuestionamiento personal, que los jóvenes lo hagan de manera abierta y libre significa una rara amenaza que ha provocado la incomprensión.
Es cierto que, en apariencia, la elección de género de una manera libre y sin complejos puede resultar chocante tras siglos de otro hábito impuesto. Pero la pregunta que nos debemos hacer es la siguiente: ¿que durante años hayamos respondido a un modelo concreto ha evitado que cientos de personas sufran durante su infancia y adolescencia? Es evidente que el modelo que hemos arrastrado durante siglos en referencia a los problemas de identidad sexual ha causado mucho dolor, incomprensión y marginación. Por lo tanto, una ley es imprescindible. Por la sencilla razón de que ninguna sociedad puede permitirse que niños y niñas padezcan la incomprensión general, que es un modo de violencia social que agrede a su intimidad emocional sin buscar reparación. Es precisamente la incorporación natural de esas personas a la sociedad, sin que sea algo vergonzante o dramático, lo que debería hacernos reconocer lo pertinente de sacar adelante una ley.
Hace años escuché a un padre convencional y conservador hablar ante la comisión del Senado norteamericano. Con palabras sencillas explicaba su experiencia personal ante un hijo que no se sentía adecuado a su género. Él y su pareja habían emprendido el camino habitual de negación y represión. Pero alarmados ante el dolor ingrato que provocaban en la persona a la que más querían habían evolucionado hacia una nueva forma de vivir ese conflicto. Habían escuchado y observado a la persona que tenían delante, aunque fuera menor de edad. Se habían preguntado por las razones que provocaban su infelicidad y su trauma en tiempo de infancia y habían llegado a una conclusión racional. Según ellos, la ley debe lograr que las personas vivan su intimidad sexual de una manera respetuosa y aceptada. Todo lo demás responde a un paternalismo legislativo dañino y represor. Escucharle nos lleva a entender la motivación detrás de una ley así. Algo tan sencillo como combatir siglos de persecución, negación y violencia de ley sobre la vida privada de los menores. Toda legislación tiene que perseguir disminuir el sufrimiento continuado de las personas sin causar perjuicio en el resto. He aquí la razón básica de que tengamos que acoger como un avance fantástico esta nueva ley de transexualidad.