Mentiras a medida del consumidor

David Trueba

Mentiras a medida del consumidor

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Es natural que Boris Johnson, el líder británico, se haya acostumbrado a la mentira como una forma de actuación natural al frente de su país. No es el único profesional político que hace uso de ese recurso, pero en su caso le ha dado réditos tan sustanciosos que parece abonado a ella. Catapultado por el referéndum de salida de la Unión Europea, en el que se apoyó en datos falsos y mentiras de tal envergadura que no resistían el escrutinio crítico, comprobó que para los ciudadanos de las democracias actuales era preferible una falsedad que emocionalmente resultara convincente que un dato cierto. En esa ecuación se basa el futuro de la democracia tal y como la conocemos: la capacidad de resistirse por parte de los ciudadanos al afán de convertir sus deseos en realidad. En España tenemos muchos casos similares, los políticos transmiten una mentira que emocionalmente nos reconforta y la abrazamos como la nueva verdad. No tienen que irse demasiado lejos ni a la casa del vecino, repasen las ocasiones en que ustedes mismos han optado por esa postura y verán que ni es tan complicado de aceptar ni tan traumático. Pero ahí estriba, fundamentalmente, nuestra fragilidad como sistema. Queremos creer en lo que queremos creer, por encima de todos los datos ciertos que nos estimulan a pensar, a racionalizar, a dejar atrás las supersticiones y los arrebatos. Nos hemos abrazado a la mentira ventajosa y de ahí no parece que nos vayamos a mover fácilmente. Pues bueno, ese es el reto democrático para las próximas décadas. Sin vencerlo no hay nada que hacer.

Boris Johnson presenta una característica esencial. Sus primeras mentiras de uso público se transmitían a través de la prensa, donde era un destacado enviado en Bruselas que ridiculizaba la a veces obtusa política de la Unión. A partir de elementos muy apreciables por el britanismo más chovinista fue construyendo una especie de realidad paralela en la cual los burócratas de la UE se dedicaban a fastidiar a Gran Bretaña como si fuera un deporte. Les repitió esto a sus lectores hasta convencerlos de que las iniciativas de control europeo eran una afrenta a la libertad nacional y los invitó a poner remedio. Que un político inconsistente como Cameron planteara un referéndum nacional le brindó la oportunidad dorada que coronaría su carrera política después de la alcaldía de Londres. Pero los que pensaban que su afición por la mentira se detendría una vez alcanzado el premio de Downing Street 10 se equivocaban de pleno. No ha logrado batir las marcas de mentiras diarias que el Washington Post reseñó con respecto a Trump, pero anda cerca de alcanzarlo. La última de sus aventuras ha sido muy desgraciada, pues incluye a otro partidario de la mentira como rival, el ruso Putin.

Un incidente entre la Marina rusa y el destructor británico Defender disparó las alarmas. El paso del barco por aguas de Crimea fue replicado por salvas y deflagraciones preventivas de la flota rusa. El Gobierno británico negó el incidente porque le dejaba en mal lugar, pero a los pocos días algún trabajador del Ministerio de Defensa se olvidó unos papeles en una parada de autobús de Kent. Estaban empapadas porque el día era lluvioso, pero quien los encontró los entregó a la BBC. Allí, el ministro del ramo bajo órdenes de Johnson negó la mayor, hasta que tuvo que enfrentarse a los documentos que lo contradecían. A nadie se le escapa que la forma en que llegaron los papeles oficiales a manos de los periodistas tiene algo de rocambolesco. A veces el azar funciona, pero en otras ocasiones siempre aparece algún funcionario harto de escuchar las mentiras de su gobierno y se transforma en una garganta profunda. A Johnson todo esto no le traerá ningún coste político porque, como pasaba con Trump, su prestigio local aumenta cuanto mayores son sus desmanes y la audacia de sus falsedades. En esto no estamos lejanos al modelo. Algunos se definen como audaces o ladinos en nuestra política, pero más bien son personajes seguros de que sus seguidores han renunciado al menor espíritu crítico, por eso les alaban las mentiras y duplican la fe en ellos cuanto más los engañan. En ese autoengaño reside la brecha democrática. En nuestras manos, como en las británicas, reposa el futuro del sistema.

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