El negocio de las armas
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Cuando éramos jóvenes situábamos en el pacifismo una de las metas de nuestra vida futura. Puede que fuéramos ingenuos o estuviéramos demasiado influidos por el debate de la pertenencia a la OTAN. Con los años nos dimos cuenta de que, en un mundo agresivo y hostil, la defensa es capital para mantener los derechos. Pero toda esa cura de realidad no puede liquidar el sueño del pacifismo como si fuera un anhelo inalcanzable. Conviene pensar en ello en estas semanas marcadas por la innoble retirada de las fuerzas aliadas de Afganistán tras veinte años de experimento. En su día, cuando se emprendieron las invasiones de Irak y Afganistán, una parte enorme de la sociedad trató de frenar a sus dirigentes democráticos para convencerlos de que la salida al problema del terrorismo no era provocar más guerra, sino menos. En países como España, pese al enorme acuerdo ciudadano, los dirigentes políticos atisbaron una manera rápida de hacer carrera y dinero con el seguidismo imperial. Las invasiones fueron un error. Si se hubiera planteado un trabajo en la línea de influencia social y cívica, quizá hoy pudiéramos presumir de algún resultado más digno que la ejecución de Bin Laden, el capo del terrorismo yihadista que había disparado las alarmas mundiales. No hay que olvidar que su liquidación tuvo lugar en Pakistán y no en los países anteriormente invadidos, un detalle que a pocos parece importar.
Que los talibanes dispongan hoy de armamento sofisticado solo sirve para preguntarnos si Occidente se ha vuelto imbécil del todo
Cuando hemos visto a los guerrilleros talibanes entrar en las grandes ciudades de Afganistán y hacerse sin oposición con el armamento norteamericano destinado a unas fraudulentas fuerzas de seguridad y un invisible ejército leal al gobierno democrático de la república, hemos sentido un escalofrío porque nos retrotrae al pasado. Los norteamericanos ya armaron en su día a los señores de la guerra de Afganistán para que combatieran a los soviéticos. Fue una guerra de aquellas de nuestra infancia que reproducía en el bando opuesto de la Guerra Fría todos los errores que contuvo la pugna en Vietnam. Ese armamento guerrillero añadido al abandonado por los rusos en su derrota fue durante años el arsenal de lo que ahora es el movimiento talibán: unos escuadrones de la muerte al servicio de la imposición religiosa ultra. Saber que ahora esas fuerzas radicales dispondrán de multitud de armamento sofisticado, helicópteros de última generación, aviones de ataque y sistemas antiaéreos tan solo sirve para preguntarnos si de verdad Occidente se ha vuelto imbécil del todo. Pero quizá no debemos caer en el error de considerar todos estos sucesos tan dolorosos un azar. Detrás hay un cálculo económico frío y demoledor.
El negocio de las armas necesita los conflictos. La demanda que mantuvo en pie la industria de la guerra durante las dos décadas de control en Afganistán financió a un empresariado concreto. Ellos son los únicos vencedores de esta guerra. En el lado de los perdedores, qué casualidad, una vez más la población civil, las mujeres y los niños. Es una ecuación que no falla jamás. El armamento tiene dos vidas, una primera que podríamos denominar oficial, pues surte a los mecanismos de defensa y control de las naciones, pero otra segunda que va a parar a propietarios menos controlables, los grupos terroristas, las milicias radicales, las mafias. España no es ajena a este negocio, pues entre la precariedad de su industria destacan algunas empresas que cumplen con encargos militares y garantizan puestos de trabajo, un bien muy preciado en nuestra economía. La salida de Afganistán de las tropas aliadas ha provocado una enorme tristeza en el mundo democrático. Ha disparado nuestras contradicciones morales y ha hundido las esperanzas de avance entre una población sin recursos. Seríamos idiotas si no fuéramos capaces de analizar quién obtuvo beneficios de esos más de 70 mil millones de dólares invertidos por los Estados Unidos en la aventura militar de Afganistán. Las cuentas salen y al otro lado de la tristeza hay algunas sagas enriquecidas que festejan sus ingresos, sus cuantiosas oportunidades de negocio. Ya nadie cree en la posibilidad de un futuro pacífico cuando vemos en el poder a tiranos incluso elegidos en las urnas, pero la pregunta incómoda sigue en el aire, ¿quién se hace rico con estos enormes fracasos políticos?