Como la vida misma (Alan)
PALABRERÍA
Matusalén. Era uno de los guionistas más reputados del país, cuya vida y modelo de escritura se estudiaban en las universidades. Llevaba 40 años en el oficio, una veteranía que lo santificaba con títulos como el de ‘escritor de la tele más longevo’, o ‘el maestro’, o ‘el inmortal’, o ‘el incombustible’, y algunos oficiosos y desagradables, como el de ‘el más plasta’ o ‘el matusalén de la pluma’. Alan, se llamaba así, había tenido una revelación en su juventud y convencido a los responsables de la cadena pública de que apoyasen un experimento increíble.
Cornamusa. No había resultado fácil porque exigía una irrompible lealtad por ambas partes, una planificación a larguísimo plazo y un razonable buen estado de salud, y renunciar, por parte de Alan, a cualquier otro proyecto. Lo había apoyado sin grietas el director de aquel entonces, ya fallecido, porque le tenía estima y lo consideraba su protegido y porque le pareció una vía adecuada para entrar, por la puerta principal de bronce y con sones de cornamusas, en la historia de la televisión. Y así había sido porque lo que Alan había propuesto hacía cuatro décadas era escribir una serie titulada Como la vida misma basada en él y en sus experiencias y que duraría hasta su muerte. No hasta que se cansasen Alan o la tele, no: hasta que exhalara el último aliento, hasta que su cabeza cayera sobre el teclado.
Visionario. Semanas de negociación con directivos enfurecidos por la insania de la idea y un director visionario que comprendía la singularidad y la excepcionalidad y cómo aquello los situaba a la vanguardia de la televisión mundial. Además, razonaba, si un servicio público no asumía riesgos, ¿en qué se diferenciaba de un canal comercial? Finalmente llegaron a un acuerdo después de muchas reuniones, documentos y un exhaustivo chequeo de salud para estar seguro de que un infarto temprano no cancelaba la emisión antes de tiempo. Aunque basada en la realidad de Alan, quien lo interpretaba era un actor y no se trataba de llevar a la pantalla la anodina biografía de un guionista, sino de reproducir sus relaciones humanas: si practicaba sexo, si enfermaba, si vivía con alguien, si tenía un hijo, si sufría un accidente, si moría alguien cercano, si… Para facilitar el contacto con otros seres, le dieron un despacho en el edificio central y, mediante contrato, se comprometió a salir, a tener vida social y a provocar que ‘pasaran cosas’.
Ineptitud. Los primeros años fueron una refrescante aportación al anodino y estancado mundo televisivo. Como la vida misma fue celebrada por los críticos y seguida masivamente por los espectadores. Contada a modo de diario para facilitar las transiciones y suprimir lo intrascendente, hizo famosísimo a Alan porque los medios de comunicación hicieron mucho énfasis en que el actor solo era una vía y que el auténtico artista era el escritor. Hubo drama con la muerte de su hermano y confusión por la ineptitud sexual con una novia y ternura con su primer novio (impactados los directivos porque daban por hecho la heterosexualidad del personaje) y risas con su torpeza al socializar y cameos con actores y actrices importantes y viajes idílicos y viajes catastróficos y pisos compartidos y separaciones y reencuentros y todas esas situaciones que, con una escritura vibrante y divertida, y trágica cuando tocaba, parecían el camino idóneo para la inmortalidad televisiva.
Cenicienta. Cuarenta años después, Alan apenas interesaba: su público había envejecido con él, y como él, y algunos se habían quedado en el camino. Programado a una hora cenicienta, el share era irrelevante. A nadie le interesaba a quién quería y a quién odiaba. Había pensado en suicidarse, aunque ese desenlace estaba lejos del plan inicial que era apegarse lo máximo a la naturalidad. Suicidarse era traicionarse, abjurar de miles de episodios, y de sí mismo. Pensó si ya era demasiado tarde para comenzar a beber, a fumar, a drogarse, a conducir enloquecidamente, a hacer balconing, a comer carne roja para desayunar. Calculó cuántos episodios necesitaba para crearse una cirrosis. Y si, llegado el caso, querría prolongar la serie con un trasplante de hígado.