Curso escolar, vuelta a segregar
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Las dos Españas nacen en la escuela. Ahora que comienza el curso podríamos detenernos sobre alguna de las funciones sociales que cubren los centros. Durante el verano, después de un curso lleno de restricciones y medidas de protección sanitaria, nos hemos enfrentado a una verdad bastante demoledora. Al ver a demasiados jóvenes caer en la tentación de las reuniones masivas, los viajes sin precauciones y las derivas violentas, quizá hemos comprendido mejor la función que durante el curso desempeñan los centros escolares. Es evidente que los padres no siempre están a la altura de la vigilancia y el control que ejercen las escuelas. Hubiera sido una oportunidad magnífica para que los profesores, siempre tan mirados por las lupas paternas, les pusieran un espejo delante a los progenitores y les mostraran cómo en muchas ocasiones son incapaces de disciplinar para la convivencia a sus muchachos. Hay algunas familias que envían a sus hijos a los centros escolares con un cierto aire de alivio, precisamente porque son incapaces de participar en la educación de quienes han traído al mundo. Los lanzan a la calle convertidos en unos cabestros, sin asumir por ellos ninguna responsabilidad. Por suerte estamos señalando a una minoría, pero cada vez puede ser más creciente si no se pondera en justa medida lo que el mundo escolar hace por nuestro país.
Deberíamos ser más insistentes en un dato demoledor. España es uno de los países europeos con mayor número de colegios gueto o apartadero. En especial la Comunidad de Madrid, que a veces saca pecho de su buena situación económica, encabeza la escuela segregada. A muchos esto les suena a chino, pues lo único en lo que piensan es en ahorrarse un mínimo impuesto al consumo. Pero la realidad es que tenemos concentraciones de alumnos de bajo nivel socioeconómico en escuelas públicas que a poco que se escapen de las manos a sus directores se convierten en auténticos centros de marginación. La mayoría de los muchachos en desventaja social en las grandes ciudades se concentra en los centros ofertados por la autonomía y quienes aspiran a escapar de ese gueto han de encontrar plaza en lugares privados o concertados, que reciben una ayuda mixta entre la Administración Pública y los propios ciudadanos. España, Turquía y Lituania son los países europeos a la cabeza de la segregación durante la educación primaria. El otro índice que mide este grado de segmentación social es el que señala a los alumnos inmigrantes como también masivamente dirigidos hacia las escuelas públicas, en otro sutil empujón hacia la marginación y la segregación por origen.
Convive malamente esta situación de jerarquías escolares con la idea de un país libre que queremos vendernos. Esa famosa libertad de elección escolar por parte de los padres responde siempre a valores económicos. Los ricos y pudientes son quienes eligen, el resto se tiene que conformar con escalas inferiores de la elección o con lo que les echen. La fortuna de contar con un profesorado en la pública que se siente identificado mayoritariamente con su función social salva del desastre a nuestro país. Basta mirar las mejores notas en selectividad para darse cuenta de que solo el esfuerzo particular logra compensar esta desventaja de nacimiento. Los centros públicos no gozan de prestigio ni en muchas ocasiones del apoyo mediático, empeñado en sus mediciones deportivas de todos los baremos. Cataluña ha sido la primera comunidad en España que ha comenzado a corregir el delirio de la libertad de elección, obligando a reservar plazas para minorías segregadas en centros que hasta ahora eludían esa obligación. Es un buen camino para seguir explorando porque, salvo en los centros educativos de las pequeñas poblaciones, la degradación aumenta sin freno. España merecería un pacto contra la segregación escolar que afrentara a esas comunidades que presumen de atraer a las grandes fortunas para su fiscalidad dopada, pero luego abandonan a sus alumnos en función de su extracción social. Ya va siendo hora de que midamos la libertad en su honda y compleja realidad, que consiste, sencillamente, en denunciar que hay muchas familias para las cuales la libertad es un lujo que no se pueden permitir, un lujo que no se pueden pagar. He aquí la desvergüenza que a veces esconden los eslóganes facilones.