Merkel en su ‘auf wiedersehen’
Merkel en su ‘auf wiedersehen’
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
La despedida de Angela Merkel tras su mandato de dieciséis años al frente de la gran potencia europea, Alemania, ha presentado las características particulares que exhibió en su tiempo de gobierno. Una enorme discreción. Eso hace que no funcionen análisis de su política en función del sexo. Hace poco leí un interesante ensayo sobre la participación de las mujeres en la política genocida de la guerra de Bosnia. Muchas de sus trayectorias, a veces al frente de responsabilidades políticas y mediáticas, han quedado sin sancionar legalmente. Su implicación se ha ocultado por un paternalismo que vemos a menudo en los juicios por delitos financieros, como si ser esposa se alzara como un escudo de no implicación ante las andanzas de maridos corruptos. Sea como sea, a estas alturas de siglo, nadie concibe muchas esperanzas de que el mundo fuera mejor si gobernaran las mujeres. Margaret Thatcher fue un ejemplo palmario de esa tesis, no le tembló el pulso para cargarse todas las políticas sociales y de inclusión en su país ni tampoco para participar en una ridícula guerra en las Malvinas que se pudo ganar sin costarles la vida a tantos jóvenes inocentes. Sin embargo, el mandato de Angela Merkel será la mejor tarjeta de presentación para que los países del entorno se decidan a dar el paso de confiar en mujeres para que rijan sus destinos. En España sigue llamando la atención la poca cantidad de mujeres candidatas a presidente, pero para ello quizá sería mejor analizar el funcionamiento interno de los partidos antes que la sociología de la nación.
Desde el principio, Merkel no quiso cobrar un protagonismo desmesurado. Prefirió ser trabajadora a la exhibición pública de sus dotes. Con un perfil bastante bajo, la prensa alemana trató de pasar por encima de ella como si fuera una mera elegida a dedo. Sin embargo, la crisis europea fue poco a poco obligándola, casi a la fuerza, a tomar el protagonismo. Durante meses se le criticó la poca ambición por dirigir el destino del continente, pero ante la parálisis de países importantes, sumidos en su propia e inacabable lucha interna entre partidos, Merkel fue sumando y sumando capacidad de mando. La debacle financiera la obligó a salir de la madriguera cuando ya Europa había sido incapaz de entender el ciclo económico. Dejarse aconsejar por los halcones más cainitas estuvo a punto de dar al traste con la Unión Europea. La salida de Grecia del euro habría significado un golpe a la Unión mucho más grande de lo que luego ha significado la salida británica. Para entonces, Merkel se había convertido ya en una lideresa experimentada y el modo en que encaró el brexit fue ejemplar, sin una palabra fuera de tono y permitiendo que mes a mes los británicos se enfrentaran a las mentiras internas que los habían llevado a la decisión final. Pero fue en la crisis de los refugiados sirios donde vimos a la mejor Merkel. Su actitud estuvo a punto de costarle el poder, pues nada resulta más oportunista que utilizar la llegada de inmigrantes para sacar réditos electorales, y allí también el nacionalismo alemán creció y presentó un desafío a la derecha moderada que ahora padecemos en todo el continente.
Merkel fue capaz de decirles a sus ciudadanos que podían asimilar una cantidad alta de inmigrantes en su sistema productivo. Fue un acto de valentía que ha puesto freno a los ultras con entereza. Si algo puede reprochársele es cierta pasividad y pereza para enfrentarse a los enemigos de las democracias europeas. Pero, con aquella decisión, Merkel lanzó un mensaje continental hacia la derecha tradicional. Algo que se vio confirmado cuando encaró el desastre del coronavirus con coherencia en lugar de con oportunismo. Los halcones no tenían nada válido que decir y el mandato económico de la Unión giró hacia la expansión y la búsqueda del amparo para sus ciudadanos más desfavorecidos. De este modo, Merkel deja el Gobierno como una líder conservadora respetada por la izquierda social. Es algo poco habitual y que ojalá siembre una semilla. Dieciséis años dan para desarmar los dogmas propios y entender el mundo como algo mucho más complicado y que merece una mirada compasiva, generosa y constructiva.