No mires al río Bravo

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Hace un par de años rodé una película en Melilla que observaba el fenómeno irresoluble de las migraciones masivas desde países pobres a países ricos. Poco antes de estrenar, recibí un correo de una seguidora de mis trabajos en el que me anunciaba que nunca vería esa película. Para ella, que tocara el tema de los emigrantes ilegales me convertía en un buenista que se aliaba con el mal en contra de su propio país. Obviamente le expliqué que era más aconsejable que viera las obras antes de juzgarlas. De hecho, tras estrenarla, supe de alguno de esos comentaristas que van al cine con sus anteojeras llenas de prejuicios que vio lo contrario de lo que ella anunciaba. Porque en efecto la película era más bien desasosegante, no se casaba con ninguna moral dominante y empujaba al espectador a pensar por sí mismo sin darle soluciones mágicas. Pero aquella amable seguidora me dio una clave para entender por qué nadie quiere asomarse al fenómeno migratorio, por qué provoca tanto rechazo en la sociedad abrir ese debate. La izquierda, por llamarla de algún modo, ha adoptado una posición de imposible equilibrio entre la guardia fronteriza y la salvaguarda de derechos. Los conservadores, por el contrario, pese a su raíz cristiana, consideran que la única alternativa es la mano dura contra el débil y continuar explotando su mano de obra barata, pero según las reglas que marca el patrón. Es decir, el gran problema de nuestra era queda sin debate esclarecedor.

Pero no miremos hacia España porque eso convoca nuestros peores demonios. No sabemos interpretar nada de lo que pasa en nuestro país con cierta perspectiva, somos viscerales y agresivos cuando hablamos de lo nuestro, así que mejor fijar la vista un poco más lejos. Semanas atrás en Texas, acudieron a las falsas informaciones expandidas por la red miles de emigrantes haitianos. El presidente Biden, que había defendido políticas migratorias no tan deshumanizadas como su antecesor, se encontró con un problema cuando más de quince mil personas acamparon bajo un puente en el río Bravo convencidos de que entrar en Estados Unidos era factible. Inmediatamente la derecha aprovechó el momento para culpar al nuevo gobierno del efecto llamada. Se acosó al presidente acusándolo de blando y el resultado fue inmediato. Las fuerzas policiales llegaron al lugar y repartieron mandobles y amenazas expulsando a los grupos de inmigrantes y repatriando en aviones a muchos de ellos. Entre esos miles de personas maltratadas había gente recién salida de Haití, un país hundido económica y socialmente en el que acababan de matar al presidente, a tiros, en su cama. Pero también los había que llevaban años vagando por otras capitales latinoamericanas y esperaban entrar en Estados Unidos bajo el paraguas de una política de admisión algo más benévola. El gobernador de Texas se alzó como el martillo violento y trazó un muro de coches policiales, los federales a caballo golpeaban a los emigrantes con látigos para devolverlos al otro lado del río, hacia territorio mexicano.

Es un ejemplo más de ese no querer mirar, no querer enterarse, no querer sufrir ante un problema complejo. Unos han decidido que la única solución es condenar a quedarse en su sitio a los que viven en un país violento, roto por la guerra, sin perspectiva laboral y corrupto hasta las vísceras. Es muy fácil: que se queden allá sin moverse y, si acaso, ya los llamaremos para la recogida de la cosecha o engrosar el personal mal pagado de los centros de ancianos. Al otro lado, los que no se permiten esa idea tan perversa, pero de alguna manera son incapaces de gestionar un método distinto. Querrían ofrecer derechos mínimos a las personas, pero también se aterran cuando aparece el desorden. Y así, entre medias, solo queda una actitud personal, la de que no se pise una cabeza más en tu nombre, la de conceder un trato legal, al menos, a quien emprendió ese camino arriesgado y ayudar a paliar el dolor de los humillados. Porque no hay solución mientras existan estados fallidos, países en la miseria, tan solo administramos los miedos de todos esos que no quieren mirar, que prefieren ignorar, que creen en recetas mágicas defensivas o son virtuosos pero sin riesgo ni conocimiento real.

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