Chantajes de Estado
Chantajes de Estado
ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Los que crecimos con el cuento de la Guerra Fría creíamos para siempre olvidado ese espacio sumergido de espías y chantajistas. Sin embargo, nuestra esfera global de consumo ha hecho estallar una nueva clase de enfrentamiento entre naciones, que tiene que ver con la pelea comercial y los avances en el control tecnológico de la población. Es inevitable que los países vivan las tensiones territoriales del vecinazgo. Los españoles conocen de primera mano que la relación con Marruecos está llena de espacios ni siquiera mencionables. El abandono del territorio saharaui durante la enfermedad terminal de Franco generó un conflicto que aún no hemos sido capaces de encarar. En los últimos tiempos, un gesto humanitario, como el de aceptar tratar a un líder del Frente Polisario en hospitales españoles, desencadenó una crisis migratoria cuando el país vecino, en venganza, nos envió miles de jóvenes bajo una estrategia de engaño y presión que estuvo a punto de generar un problema gravísimo. No se ha querido analizar el papel que la facción política conservadora española jugó para obtener rédito con el lío. Todo un disparate del que salimos por los pelos gracias a concesiones diplomáticas. Al mismo tiempo, en la frontera bielorrusa con Lituania y Polonia, la misma estrategia de enviar emigrantes para sacudirse las presiones políticas ha desembocado en la construcción de un nuevo muro de la vergüenza. El dictador de Bielorrusia mantiene el poder con el apoyo de Rusia, pero ha jugado sus cartas con un descaro que amenaza ruina y desolación para su propio país.
Pero quizá el episodio más turbio de este cruce de chantajes ha tenido lugar entre Canadá y China a raíz del proceso de extradición solicitado por los Estados Unidos de la directora financiera de la empresa Huawei, Meng Wanzhou, hija del fundador de la marca. Acusada de espionaje y fraude comercial, fue detenida en Canadá porque era reclamada desde el país vecino. De inmediato, China procedió a detener a varios ciudadanos de Canadá en su territorio. Las acusaciones de espionaje ya evidenciaban que se trataba más bien de una propuesta de intercambio por la rehén empresaria. Desde hace tiempo, en este tipo de conflictos, los países democráticos que cuentan con cuerpos policiales independientes y organismos judiciales ajenos a las presiones políticas pelean con una mano atada a la espalda. Vivimos un tiempo muy confuso en el que las dictaduras, ya que mantienen relaciones comerciales abiertas con las naciones libres, se sientan a la mesa negociadora con una pistola en la mano. Todo esto lo conocemos bien en Europa, que constantemente tiene que hacer equilibrios para abogar por la democracia en Rusia sin perder el gas, defender los derechos humanos en Oriente Medio sin encarecer el petróleo, y pagar a tiranos por contener las oleadas migratorias. Es un escenario envenenado que con el paso del tiempo no hace más que oscurecerse e invitarnos a nadar en un agua turbia.
Pero el episodio de Huawei es antológico. Su directiva fue recibida al volver de Canadá a China como una heroína patriótica, lo que evidencia la más clara estampa de la guerra fría actual. Después de meses de tira y afloja, los tres países en conflicto llegaron a un acuerdo de mínimos. Tan sencillo como aquellos intercambios de espías en los puentes que cruzaban al otro lado del telón de acero. Los chinos reclamaron a su empresaria porque es fundamental en la estrategia de dominio global y los canadienses recuperaron a sus ciudadanos retenidos bajo acusaciones desmedidas. Todas las partes optaron por la discreción, pero nosotros salimos cabizbajos del conflicto, pues entendimos que las garantías legales estaban totalmente amenazadas. Al mismo tiempo, estas escaramuzas delatan que por encima del poder político sigue presidiendo nuestras relaciones internacionales el mecanismo de consumo. Por más que el episodio nos haga temblar, pues cualquiera de nosotros podría ser rehén en una situación similar, seguimos entrando en la tienda a comprar con inocencia productos cargados de valor de Estado. Entregamos nuestros datos personales a organizaciones que trafican con ellos y, lo que es peor, que trabajan en connivencia con estados que no responden a ningún control democrático. Hace años vivíamos con el terror atómico sobre nuestras cabezas, hoy sentimos debajo del mantel la misma incertidumbre.