Barcelona en el punto de mira

David Trueba

Barcelona en el punto de mira

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

En las últimas semanas ha regresado la cansina comparación entre Madrid y Barcelona, en este caso para sacudir a la segunda, como si padeciera una crisis irreparable. La ola de repulsión comenzó desde el momento en que llegó a la alcaldía Ada Colau. Algunas de las críticas estaban fundadas, Colau procedía de los grupos de lucha social y tardó en entender que la silla de alcalde se asienta sobre patas muy sólidas, entre las cuales figuran factores como el turismo, el comercio, la limpieza, la seguridad que uno tiende a despreciar cuando no es consciente de la importancia que cobran en el día a día. Esto desembocó en una caracterización facilona de Colau como una activista más que gestora. Sin embargo, ese defecto podría ser su mejor virtud. La ciudad ha padecido como ninguna otra el proceso secesionista porque Barcelona representa un polo de acogida, progreso y cosmopolitismo. Es más, sin esas virtudes, una ciudad carece de importancia en el mundo. Barcelona es una de las ciudades más admiradas y buscadas por gente de todo el mundo. Su éxito es a la vez su fracaso, porque no puede permitirse caer en la autosatisfacción ni exprimir el turismo sin reflexión, por ello está obligada a ser acogedora y sostenible al mismo tiempo que pragmática.

La sensación de decadencia de Barcelona parece bastante fabricada por quienes no quieren ver la estampa general. Hay, además, una manipulación bastante evidente de las realidades. Hace unas semanas fue palpable el trato tan distinto que se daba a los incidentes por botellones juveniles en la ciudad de Barcelona y esos mismos incidentes cuando sucedían en el resto de las ciudades españolas. Si un botellón masivo acababa en disturbios en Barcelona, se hablaba de crisis institucional y se exigían dimisiones y medidas a la alcaldesa. Si ese mismo botellón violento, que es un signo inequívoco del desaliento juvenil hacia su futuro, estallaba en Madrid, no se mencionaba jamás la parte de culpa de su alcalde ni se establecían factores de crisis ni demandas de dimisión. Durante semanas hemos padecido esa idéntica intoxicación masiva sin que los propios medios cayeran en la cuenta del alarmante agravio que cometían. Ahí es donde se percibe la fuerza de los grandes partidos para virar y manejar eso que los cursis llaman ahora ‘la conversación pública’. Tenemos un problema nacional que apunta a una juventud que no encuentra en el plan de vida que le promete nuestro sistema nada más que frustración, precariedad y desamparo. Esto va más allá del botellón y las ciudades.

Más allá de la suciedad y la inseguridad, que delatan un modelo fallido de convivencia y de atracción turística, el máximo factor de ataque crítico contra Barcelona lo promueven las grandes plataformas hoteleras, turísticas y los conglomerados del negocio automovilístico. Como ha pasado con la alcaldesa de París, estos perciben en Barcelona una firme apuesta por el urbanismo de cercanía y la reducción de la contaminación. Mientras que Barcelona presenta un mapa de rutas en bici confortable, en Madrid se desmonta el servicio para favorecer al coche privado. Mientras que Barcelona reduce el acceso en automóvil, en Madrid se varía el plan anticontaminación, trasladando los controles de polución a lugares más convenientes para este fin y se permite el acceso en automóvil al centro como una forma de imposición clasista. Todos los errores que se han cometido en Barcelona para buscar una expansión de las terrazas sin perjudicar al peatón tienen carácter estético. En Madrid ya hay protestas vecinales por ruido y molestias diarias después de unas elecciones locales basadas en seducir a la hostelería. A la espera de encontrar el modo de resolver este conflicto entre los intereses comerciales y la vida cotidiana, a la espera de dar con un modelo de contornos y peatonalización no hiriente, la esencia del cambio barcelonés es totalmente acertada. Las medidas de corrección en la vivienda pública en Barcelona apuntan más hacia el progreso que presiden ciudades como Estocolmo, Viena o Berlín. Para el modelo español habitual de desarrollismo, esta apuesta de Barcelona es un cambio radical que también costó aceptar en ciudades como Vitoria o Pontevedra, hoy modelos de enorme éxito. A veces la crítica responde a intereses particulares, no se dejen vencer sin pelea.

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